7

2K 143 104
                                        

Fuera de lo que la mayoría pensara, ni para Camilo ni para Mirabel, había monotonía en su vida diaria. Cada recuerdo y momento entre ellos era completamente único y especial, por muy repetitivo que pareciera.

Después de ese día, Camilo siempre estaba mirando si Mirabel volvía a ponerse alguna camisa suya, esperándolo pacientemente, ya que si se lo decía de forma directa temía que ella pudiera tomarlo mal, pero en verdad lo ansiaba. Y aquella imagen se repetía en su cabeza, era demasiado perfecta en ese sentido.

Los días posteriores, por desgracia para ambos, estuvieron demasiado ocupados como para tantos acercamientos, la fiesta de conmemoración del encanto sería el Viernes, y después de que el Lunes tuvieron los Madrigal el día de descanso, estaba todo ligeramente retrasado. Por ende, los momentos íntimos de ambos se redujeron a la noche únicamente, pero las miradas, roces, notas y susurros desesperados eran completamente abundantes durante el día. No era relativamente difícil encontrarles juntos durante el día, pero a los ojos de los demás no ocurría nada raro, porque sin embargo, cada vez que estaban bajo escrudiño público siempre estaban separados al menos un par de metros de distancia, por ende, nadie había conseguido relacionarles ni de cerca, pero eso no significaba que se perdieran de vista, la esencia de Mirabel era algo que Camilo controlaba casi inconscientemente, al igual que la colonia de Camilo para ella, con ello sabían que el otro estaba cerca aún si no lo vieran.

El estado de Mirabel también mejoro a la hora de hablar con la gente, en su cabeza siempre era Camilo quien hablaba con ella, o al menos eso se esforzaba por creer, y con el rastro en el aire que dejaba la colonia de Camilo, desde luego que le resultaba todavía más fácil. Pero se negaba a tocar a nadie, y cuando alguien intentaba tocarla a ella, aunque fuera un roce, la hacía saltar de forma incomoda, consiguiendo que se retirara. 

Y en los casos en los que no había más remedio y debía permitir que alguien la tocara o por el contrario lo hacían de forma involuntaria  y sin animo de incomodarla, ella se sentía sucia, y buscaba a Camilo de forma rápida, el tacto le resultaba completamente repugnante, por lo que salía todo lo rápido que le permitían sus piernas hacía Camilo, arrastrándole lejos de la multitud, y colocando las manos de este en la zona donde antes había sido "mancillada", y Camilo gustoso respondía ante tal reclamo, a él no le molestaba desde luego aquello, es más, estaba completamente de acuerdo, recorriendo con rapidez sus manos por aquellas zonas, reclamándolas para si.

Pero aún así, la apática Mirabel reaccionaba, y con ello tenía más que suficiente.

Aquella mañana de Viernes, justo el día de conmemoración del encanto, la casa estaba loca, una gran fiesta se celebraría en la plaza del pueblo. Había mesas larguísimas llenas de comida de toda clase con los mejores platos hechos por diferentes familias. Las calles estaban adornas con guirnaldas, papeles de colores, flores y confeti. Los músicos tenían una zona central en la plaza para que todo el mundo pudiera verlos, encima de un escenario.

Esa fiesta era una de las antiguas tradiciones del encanto que el pueblo más apreciaba, y al anochecer en encendían velas y daban un minuto de silencio, por lo caídos aquel día, entre ellos Pedro Madrigal, que su sacrificio fue el que formó el encanto, justo sobre las siete y media de la tarde. Por tanto aquella fiesta era la más sentimental de todas, las familias se reunían, y como no, la familia Madrigal no podía hacer de menos. 

Pero en el ámbito de preparación, ellos se podría decir que se encontraban "separados". Mirabel se encontraba en las cocinas con su madre preparando arepas, empanadas y tamales, o al menos ellas se dedicaban a eso, otras recetas típicas eran ideadas por otras familias. Sin embargo, Camilo se encontraba ayudando con los espectáculos, desde bailes hasta teatro. Pero desde luego que por primera vez desde que estaba aquella fiesta,  había sugerido coger el atrezo de su habitación, además de practicar allí, con la única intención de estar cerca de ella, y como mucho, bajaba cada hora, se impregnaba de su olor, acariciaba sutilmente sus manos en disimulos y volvía a subir. 

Mirame con otros ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora