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No tenía sentido para Camilo negar que seguía enfadado con aquel tipo. Cada vez que veía los moratones de los brazos de Mirabel con las marcas de sus asquerosos y repugnantes dedos, la bilis se burbujeaba de la rabia. Lo mínimo que quería hacerle era contarle sus partes nobles, pero, tampoco quería bajarse a su nivel ni mucho menos. No quería hacer algo de lo que luego se arrepintiera, sobre todo si quería mantener a Mirabel el máximo de tiempo a su lado posible. Ella era buena y pura, su alma aunque rota, estaba totalmente blanca y clara demostrando su parte angelical, y Camilo no quería mancharla. Pero desde luego que estaba seguro que debía darle una lección.

Con el paso de los días, el enfado no disminuyó ni un poco, y peor aún fue cuando el hombre vino a disculparse como si nada, con una cara nula de arrepentimiento, y todo para que la dulce Mirabel aceptara sus disculpas como el ángel que era a los ojos de Camilo.

Eso disparó todas y cada una de sus alarmas, si alguien podía cometer tal acto y salir así de impune, además que sin pizca de arrepentimiento, como serían los demás.

La mente de Camilo a partir de esos razonamientos comenzó a divagar...

Ese día al igual que cualquier otro, los Madrigal están en sus tareas habituales, Camilo para no variar cuidando de los niños mientras sus madres descansan, y a pocos metros de él, Mirabel ayudaba con los niños más mayores que reían divertidos con ella, pero tampoco permitía que se acercaran del todo o la tocaran.

Camilo apenas podía apartar la mirada de ella, desde luego que la luz del sol y la clara mejora desde la intervención de Camilo para dormir y su alimentación, le habían devuelto el brillo de la piel, ojos y labios. En muy poco tiempo había madurado considerablemente, su cintura estaba más delgada, las caderas y pechos ahora eran más voluptuosos, pero no distaba en ningún momento de la delicadeza, su cabello era un poco más largo y ahora se lo recogía con una diadema.

<<¿En que momento se volvió así?>> piensa Camilo a la vez que se relame.

Y lo mejor para él era poder acariciar cada parte de aquel cuerpo sin pasar los límites de lo caballeroso. Y todo esto era desde que ella había madurado, pero inmersa en su melancolía nadie había logrado ver realmente como se había vuelto su cuerpo. Internamente, Camilo recordaba el privilegio propio que tenía de masajear y acariciarlo como si fuera suyo.

Camilo muestra una sonrisa, se estremece, es incapaz de mirar a otro lado a parte de ella, se siente orgulloso de que su marca se vea a plena luz del día.

Y de forma "graciosa" pudieron explicarlo relativamente fácil, ya que no dijeron que era un chupetón, sino que era otro de los moratones que Mirabel tenía en el cuerpo cuando se "cayó" en la fiesta y accidentalmente se rompió una manga de su vestido. Y por lo torpe que ella podía llegar a ser, nadie lo cuestionó. Y por supuesto Camilo impidió en todo momento que probara la comida de su madre, evitando así que se borrara. Era demasiado deliciosa como para perderla.

Pero la furia volvía a él cuando recordaba el motivo por el cuál fue echa.

Camilo niega, aquello debía planearlo y meditarlo con mucha delicadeza, si se manchaba las manos jamás podría volver a tocar a su dama.

Se muerde los labios mientras la observa jugar y correr de un lado a otro, ella sonríe pero Camilo sabe que esa sonrisa es falsa, a él ya no podía esconderle sus estados de animo en ningún momento, no, Mirabel no podía sonreírles a ellos con esa facilidad, él era el único que había luchado y había trabajado duro para poderse ganar el derecho de ver las autenticas sonrisas de Mirabel.

Verla como se desenvuelve es casi prodigioso, pero de nuevo el orgullo le recorre cuando recuerda que para poder conservar ese estado, debe pensar en él.

Mirame con otros ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora