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Para cualquiera que pudiera pensarlo, Camilo se comportaba como un ejemplo para los Madrigal, joven, casado, atento, trabajador, algo gracioso y futuro padre. Desde luego que escuchaba a más de una cuchichear cuando paseaba por el pueblo, y más le hacía gracia cuando se podía cariñoso con su esposa en público y hacía que muchas mujeres casadas se enfadaran con sus esposos porque ellos no las trataban de la misma forma.

Pero ciertamente, con la educación que tenía tampoco era para nada extraño aquello. Sin embargo, lo que la gente también había podido conocer del joven era que cuando se enfadaba, que por suerte ocurría poco, era como su madre, cosa que su tío Bruno y el que intentó violar a la que ahora es su esposa, podían corroborar. Tenía paciencia era cierto, pero sentía como su paciencia se iba a la basura cuando veía como alguno de sus antiguos pretendientes intentaban coquetear a su esposa, sin importarles en ningún momento que en su dedo anular hubiera un anillo.

Desde luego que todo eso le ponía sumamente furioso, sobre todo porque sabía que era cosa de Miranda, pero por desgracia eso no era ilegal, por tanto no podía hacer nada más que ahuyentarlos, pero a ese ritmo el único que terminaría cometiendo un crimen iba a ser él. 

Casi agradecía que su esposa no era tan sociable como antes y ella misma intentaba rehuir a los acosadores, porque sino desde luego estaría volviéndose loco. 

Dentro de sus practicas para evitar eso, se trataba en hacerle marcas por el cuello, completamente visibles, para dejarle a todo el mundo claro que ella ya tenía esposo, y no solo eso, sino que además la cuidaba y se encargaba de cuidarla cada noche, y varias veces, al menos hasta que ella se cansara. 

Desde que se habían casado, él estaba muchísimo más pegajoso, podía afirmar que era un hombre completamente enamorado de su mujer, y aunque su relación haya sido completamente extraña, ya que desde que la había visto intentando escapar del encanto hasta ese momento había transcurrido menos de un año, y ahora mismo esperaban a su primer hijo. 

Y aún con todo lo apresurado que fuera, no se arrepentía ni por un instante. Aún recordaba cada instante de como comenzó todo, y lo que había luchado por ella.

Camilo, tras el último enfrentamiento con Miranda, redujo considerablemente las salidas, pero en su mundo privado con Mirabel todo era perfecto. Tenerla solo para él le encantaba, y hasta cierto punto se sentía un acosador de su propia esposa, y al ser recién casados, nadie dijo nada cuando pasaban días consecutivos sin salir de la casa.

Lo que aún no entendía era como la gente se cronometraba tan bien cuando ellos salían de casa para seguirlos de forma insistente.

Pero sin embargo, ese jueves Ambos habían decidido salir a dar un vuelta por el pueblo, Mirabel no quería, ella se adaptaba y le encantaba estar en su mundo privado con Camilo, pero él no dejaba de insistir en que debía tomar el aire de vez en cuando, a pesar de todo lo enfermo que pueda sonar querer tener a su esposa solo para su propio mundo, también conocía el hecho de que por su bien debían salir. Por suerte, su abuela no dijo nada cuando pasaban cierto tiempo sin ir a ayudar al pueblo, sobre todo porque últimamente cada vez que salían y alguien se acercaba a Mirabel, él reaccionaba como un perro rabioso con toda la gente ajena a la familia.

Por ello, cuando Mirabel le vio la intención de "defenderla" de nuevo de nuevo, para prevenir peleas, prácticamente lo arrastró al claro de arriba de la colina, donde él le había pedido matrimonio. 

- Mi vida, te juro que no iba a hacerlo - recalca Camilo 

Mirabel se cruza de brazos alzando la ceja.

- Te conozco Camilo Madrigal, y te vi con las intenciones desde el principio. Y te recuerdo que de quien intentabas "defenderme" - hace comillas con los dedos para volverse a cruzar de brazos - solo era un chico amable que quería darme una flor.

Mirame con otros ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora