Capítulo 18

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Interludio

YOONGI

Mi mamá tenía un piano de cola. Empecé a oír cómo tocaba cuando estaba en su vientre (o eso es lo que me dijo), así que crecí con la imagen de ella tocando las sonatas de Beethoven y las composiciones de cuanto músico clásico ella tuviera partituras. Durante mi infancia, pasé de ver el piano como un instrumento gigante y molesto a verlo como un cercano y fiel amigo. Me encantaba oír a mi mamá excepto cuando llegaban los interludios porque, entonces, nunca estaba seguro de si ella seguiría rozando con sus dedos las teclas blancas y negras o rompería a llorar y la melodía se detendría por largos meses.

Me siento de la misma forma ahora. Solo que mi mamá ya no está, tampoco el piano ni las melodiosas armonías que solían flotar a mi alrededor. En cambio, estoy solo y envuelto en un silencio absoluto.

Nunca he tenido problemas con la soledad, tampoco con estar en pleno silencio. ¿Por qué entonces siento esta sensación opresora en medio del pecho ahora?

Quito la vista del techo que he estado observando la última hora y me centro en la lámpara que cuelga en medio de la habitación. La bombilla desprende una luz amarillenta que ya no es necesaria, puesto que la luz natural filtrándose por las persianas es cada vez más potente.

Miro la hora en mi móvil. La última vez que la miré, anoche, eran las tres de la mañana. Ahora son casi las ocho. He dormido menos de cinco horas, lo cual es un récord si tengo en cuenta mi estado, pero ya necesito moverme.

Me pongo de pie con arrebato. Y luego, porque ya no puedo soportar más la quietud ni el silencio, me coloco la Glock en la cintura del pantalón, debajo de la camiseta con la que dormí, y salgo de la casa.

Recién comienzo a sentirme más ligero cuando he caminado cerca de una hora y fumado más de cinco cigarrillos, entonces mi mente parece más serena y mis pensamientos están un poco más ordenados.

Me llevo un sexto cigarrillo a la boca, lo enciendo y le doy una larga calada.

Segundo después, me detengo frente a la casa de la única persona en toda Castacana que podrá darme alivio. Si logro mi cometido, creo que la sensación incómoda en mi pecho se desvanecerá. Por lo menos, lo ha hecho las veces anteriores.

Golpeo la puerta con mi mano desocupada. Mis nudillos resuenan sobre la madera dos veces. Menos de un minuto después, Seokjin aparece al otro lado. Esta vez, a diferencia de la anterior, no tiene puesto el pijama a rayas.

—Necesito tu ayuda —digo de inmediato.

Él, sin responder, me deja espacio para que ingrese a la sala. Y solo una vez que estamos dentro, y hemos tomado asiento, se anima a preguntarme para qué necesito su colaboración.

Como supuse, Seokjin termina aceptando mi pedido, uno que podría ponerlo en peligro pero que por lealtad a Minho no puede rechazar.

Cuando abandono su casa, apenas son las nueve de la mañana, así que camino de regreso a mi guarida temporal con la esperanza de hallar un poco de calma una vez que el plan que ideé hace instantes sea puesto en acción.

Este nuevo plan tiene como objetivo proteger a mi hermana. Y es que, aunque hace ya dos días que me deshice de todas las huellas que dejamos en La posada del rey, aún me persigue una jodida sensación de inquietud.

Para empeorarlo, Hyesoo está sola y RM en otro país. Es lo que solemos hacer, distanciarnos durante un mes luego de haber liberado a un prisionero, para que en caso de que alguien siga nuestros rastros le sea difícil atraparnos, pero el secuestro de Kan no fue como los anteriores y temo que hayamos cometido más de una equivocación en el transcurso de este.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora