Capítulo 39 | Primera parte

300 55 38
                                    

Mis reglas

HARLEEN

Bloqueé la puerta del baño apenas entré a este. Ahora, con la espalda pegada a la madera, ruego porque Yoongi no haya oído el sollozo que dejé escapar sin querer, y se vaya a dormir.

Siento dos lágrimas resbalar por mis mejillas.

Fui a ducharme más temprano para disfrazar mi llanto, pero él se unió a la ducha y no pude desahogarme. Ahora necesito hacerlo. Si no lo hago, es posible que me rompa delante de él. Y no quiero su compasión. Joder. Quiero que si actúa, sea porque siente algo lindo por mí, no porque le provoque lástima.

Amar a Yoongi es como tener un arma de doble filo en las manos. Si no sabes cómo manejarla, puedes hacerte daño a ti mismo. Justo ahora estoy haciéndomelo. No importa qué actitud tome frente a él, termino sangrando. Mi corazón siempre sufre las consecuencias.

Si me alejo, si no respondo sus llamadas y mensajes, duele. Pero, si le permito arrimarse, también duele.

Haberle dado mi ubicación actual fue un error, a pesar de que creí estar haciendo lo correcto cuando me llamó con el móvil de Hopper. Pensé que al verlo en persona podríamos aclarar la situación y despedirnos de una manera adecuada. Muy dentro, sin embargo, sabía que no podría.

No puedo decirle adiós para siempre a alguien que amaré para toda la vida.

No puedo pretender dejarlo en el olvido y avanzar.

No puedo seguir mintiéndome.

Amo tan malditamente mal al hombre que ahora está en mi habitación que, incluso cuando sé que nada volverá a ser igual entre nosotros, no puedo sacarlo de mi vida.

Yo... no puedo.

Me estremezco cuando siento que el picaporte, a mis espaldas, es jalado. Gracias a que he bloqueado la puerta, la superficie en la que estoy apoyada apenas se sacude.

¿Mantequilla? Abre.

Su orden dubitativa provoca un dolor agudo en mi pecho. Un dolor que no ha parado de crecer desde que lo vi en el pasillo del edificio.

Me aclaro la garganta.

—Estoy bien, en serio —digo.

Sin embargo, tras decirlo, otro sollozo me abandona. Tengo mi corazón hecho jirones y eso no puedo ocultárselo, ni siquiera con una puerta de por medio.

Ábreme,Harleen —insiste él.

—Solo... solo necesito un momento.

A estas alturas, apenas me importa que mi voz suene agrietada y baja. Llorar es inevitable. Mi pecho duele. Todo duele. Necesito desahogarme.

Ábreme la puerta, Mantequilla. N-no llores.

Aunque puedo oír su tono frustrado, su voz me parece cada vez más lejana. Pero no es que él esté alejándose, es que yo estoy sumiéndome en mi propio dolor. Me doy cuenta de esto cuando el picaporte es jalado otra vez.

—Deja... deja de llorar. Ya no llores. ¡Mierda!

La maldición al final escapa al mismo tiempo que un sonido brusco atraviesa la madera. Entonces, tiemblo. Y lo único que oigo segundo después es un gruñido de impotencia y la voz de Yoongi, baja, diciendo una y otra vez:

No llores, por favor. No llores.

Y, por eso, lloro más.

Lloro porque me siento más vulnerable que nunca antes. Lloro porque jamás imaginé que podría sentir tanto por una persona. Lloro porque he puesto una barrera entre Yoongi y yo cuando, en realidad, todo lo que quiero es que esta se desvanezca. Pero, más que nada, lloro porque la desesperación en la voz de Yoongi es tanta que ha perforado mi alma.

Mis lágrimas corren como ríos sobre mis mejillas, para luego llegar a mi mentón y lanzarse al vacío, tal como yo me lancé a los brazos de Yoongi tiempo atrás: ciegamente.

Fui espontánea, tan abierta como pude respecto a mis emociones, pero eso no sirvió de nada. Fui descuidada con mi corazón, le dejé hacer de las suyas como una ingenua adolescente, olvidando completamente lo dolorosas que podrían ser las consecuencias. Fui estúpida e inmadura.

Un hipido ahoga mi lamento mientras, de fondo, oigo las entrecortadas súplicas de Yoongi para que deje de llorar.

Y, sí, quizá es hora de que deje de ser débil.

Debo ser fuerte. O, al menos, mostrarme fuerte. Debo ser la mujer adulta que se supone debí ser desde el comienzo.

La voz de Yoongi ya no se oye, así que me seco las mejillas, tomo todo el oxígeno que mis pulmones me permiten, y giro para abrir la puerta y decirle todo lo que pienso. Sin embargo, antes de que pueda siquiera dar un paso afuera mis ojos quedan suspendidos sobre la figura que hay al otro lado de la puerta.

Yoongi se encuentra de rodillas, con los ojos cerrados y las mejillas empapadas.

—¿Yoongi?

Y él... él no respira.

Ya en cuclillas frente a su cuerpo, acuno su rostro con ambas manos e intento hacerlo reaccionar.

Joder. Está teniendo otra crisis de ansiedad.

—Yoongi —musito juntando nuestros rostros para hacerle llegar mi voz.

Él ha palidecido más de lo normal. Sus labios entreabiertos se ven morados. Y su mirada, cuando separa los párpados y me ve, luce perdida.

—Respira, Terroncito —le suplico.

Entonces, como si mi petición fuese la única capaz de llegar a sus oídos, toma una desesperada inhalación. Y lo primero que dice, tras conseguir oxígeno, es:

—No me dejes, Mantequilla.

Mi corazón se encoge cuando sus ojos me encuentran.

—Tú no —me pide.

Y luego me abraza de tal manera que me convence de jamás dejarlo ir.

Dejarlo sería dejarme a mí misma, porque él ya es una gran parte de mí.

Y no puedo vivir sin esta parte. Ya no.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora