Capítulo 14 | Tercera parte

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Me cuesta conciliar el sueño, pero cuando me duermo profundamente solo hay dos cosas que pueden despertarme: un sonido brusco o un llanto de mujer. Por eso, me sorprendo cuando entre sueños oigo a Harleen.

—Yoongi.

Parece lejana, tan lejana que tengo que estirar el brazo para comprobar que sigue a mi lado.

—Mm-hm —apenas respondo, adormilado.

—Tú móvil está sonando —creo que dice.

Gruño cuando, aún con los ojos cerrados, siento que se cierne sobre mí para llegar a mi mesilla de noche.

—Es un número desconocido —dice volviendo a su lado de la cama.

Atraído por su calor corporal, giro sobre mí mismo para quedar bocabajo, con una de mis piernas sobre las suyas y mi cabeza hundida en su cuello. Tras olerla, y sentir su débil pulso, mi estado somnoliento crece. No obstante, ajusto mi brazo alrededor de su cintura antes de decir:

—Durmamos, Mantequilla.

Entonces beso su hombro y, más rápido que nunca, vuelvo a perderme en sueños.

...

Nada más ver la hora en el reloj despertador, tanteo la mesilla hasta coger mi móvil.

—¡Mierda! —mascullo en cuanto veo que tengo un par de llamadas perdidas.

Ya sentado en la cama, y con mi respiración acelerada a pesar de apenas haber despertado, centro mi atención en la pantalla. Es el número de Seokjin. Y no me ha llamado solo una vez sino cuatro.

—Mierda, mierda.

Aunque suelo pensar en cada uno de mis pasos antes de darlos, esta vez ni siquiera me doy cuenta del momento en que recojo mis pantalones del suelo y me termino de vestir.

Tengo que salir de aquí y llamar a Seokjin.

Solo hay un problema: Harleen Dunn.

En cuanto salgo de su habitación, me encuentro con que ella está frente a la encimera aparentemente cocinando. Tiene puesto el pantalón de su uniforme, pero está desnuda de cintura para arriba. Puedo ver su espalda, su cabello oscuro y suelto cayéndole detrás y uno de sus brazos moviéndose para voltear algo en una sartén.

Atascado en medio de la sala, le doy una rápida mirada a mi móvil.

Tengo que devolverle la llamada a Seokjin, es un hecho, pero por alguna razón mis piernas siguen inmóviles y mis ojos insisten con regresar a la figura de única mujer en la cocina. Mi rigidez se intensifica cuando ella, tarareando una canción en voz baja y completamente ajena a mi presencia, voltea.

—¡Ey, Terroncito de azúcar! —saluda con entusiasmo—. Pensé que te quedarías en la cama hasta más tarde.

Son las siete y cuarenta. Ella entrará a trabajar en veinte minutos. Joder. Puedo retrasar la llamada veinte minutos. Sí, puedo hacerlo.

—Prefiero desayunar —digo con un encogimiento de hombros—. ¿Qué estás cocinando?

—Lo de siempre. ¿Quieres?

Señala un plato con panqueques recién hechos y luego la cafetera. De repente, tengo un hambre voraz. Así que, sin dudarlo, cojo un plato y me sirvo. Harleen me sigue con la vista hasta que abro la puerta de su refrigerador y busco la leche.

—Claro, sírvete. Siéntete como en casa, Yoongi.

Identifico su sarcasmo, pero no es hasta que tengo mi taza hasta el borde que volteo y la miro. Ella tiene una ceja alzada y... bueno, sí, da jodidamente igual su expresión, porque también tiene los brazos cruzados y ahora sus tetas se ven impresionantes.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora