Capítulo 37 | Segunda parte

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Despedirse, a la larga y quiera uno o no, implica soltar. Muchos años atrás, tuve que hacerlo para salvarme a mí misma, entonces llegué a La posada del rey. Solté mi pasado, enterré muchos secretos familiares y fingí ser una nueva Harleen.

Durante casi seis años, logré mi cometido. No solo simulé ser alguien que no era, sino que también me forcé a enamorarme de alguien estable para mantener esta fachada. Hice que Jon se enamorara de una mujer inventada. Y, desesperada como estaba por ser una del montón, me amoldé a los vaivenes y las costumbres de un pueblo olvidado por las grandes civilizaciones.

Yoongi llegó para destruir mi mentira, esa gran mentira en la que había estado viviendo, y recordarme de dónde venía y por qué las despedidas son tan duras. Estas lo son porque, en muchos casos, no se trata solo de dejar un lugar, un sitio que pudo haberse sentido como casa; se trata de dejar atrás a personas, a seres que se sintieron como familia.

Han pasado cinco días desde que tomé la decisión de reiniciar mi vida. Esta vez, en vez de abandonar una ciudad para perderme en un rincón inhóspito del mundo, he dejado un lugar inhóspito para perderme en una gran ciudad. O, mejor dicho, para reencontrarme.

Estoy en Weakland porque nací aquí y, creo, no hay mejor lugar para saber a dónde quiero ir.

Tras la llamada con Yoongi aquella noche, conduje hacia La posada del rey. Fue en el camino que tomé la decisión de abandonar el pueblo. Me di cuenta de que no importaba cuánto ignorase mi pasado, este no dejaría de inquietarme hasta que lo enfrentara.

Soy una Dunn. Y como Dunn debo pagar el favor que me hicieron para, luego sí, poder irme a donde quiera.

Estaré en Weakland hasta concluir la tarea que me asignaron. Una vez hecha, me iré. No sé a dónde, pero espero saberlo cuando llegue el momento. Mientras, estoy cumpliendo.

Un nudo se forma en mi garganta al ver mi propio reflejo. Estoy en el baño de una discoteca llamada Euforia. Llevo el cabello sujeto en una coleta alta, mis ojos delineados de negro y mis labios pintados de rojo. Si bien solía maquillarme en el pueblo, aquí he optado por acentuar cada rasgo. En el fondo, sé que solo trato de encubrir mis emociones.

Aparto la vista del espejo cuando la puerta a mis espaldas se abre.

De reojo, veo quién ha entrado. Es Halsey, mi nueva compañera de trabajo. Ella es empleada de esta discoteca desde hace dos años, mientras que yo soy la nueva bartender, aunque mis cualidades estén lejos de ser parecidas a las de Zed, el chico al que estoy reemplazando.

Se podría decir que mi experiencia en la barra fue bastante mientras estuve en Belmonte, siete años atrás, pero allí fue como bebedora. Recién con Tony, en La posada del rey, aprendí sobre cómo preparar tragos, mezclar diferentes tipos de bebidas para crear nuevas y servir a otras personas. Esto último es lo que me ha servido desde que llegué a Euforia.

Aquí la clientela no es exigente, pero sí demandante. Cada noche, hay multitudes abarrotando la entrada de la discoteca, misma multitud que luego se presiona contra la barra para pedir sus tragos.

Halsey, si bien es una chica de pocas palabras, ha sido la persona que más me ha ayudado desde que empecé a trabajar. Y por esto es que, a diferencia del resto de mis compañeros, le dedico un breve asentimiento antes de salir del baño, rumbo a mi puesto de trabajo.

Las puertas abrirán en cinco minutos. Y sé, porque un cartel inmenso en la entrada anuncia la presentación de iLion, una banda de rock bastante conocida en Zendar, que será una noche bastante concurrida.

Halsey llega a mi lado dos minutos después y, en silencio, me ayuda a pulir las copas que tengo a mi disposición. El resto de nuestros compañeros, todos hombres, se mantienen en lo suyo al igual que el dueño.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora