Capítulo 20

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Dos extraños

YOONGI

Llevo años siendo presa de los extremos. Sé cómo actúo en situaciones de peligro y también en situaciones inofensivas. Me conozco tanto que hasta puedo predecir mi comportamiento, en cualquier fase anímica que me encuentre, antes de que se produzca un evento.

Excepto esta vez.

Paso de caliente a frío en un santiamén.

De pronto, aunque tengo los ojos abiertos y miles de pensamientos abarrotan mi mente, estoy paralizado. Incluso mi respiración se ha estancado, dejándome con todo el oxígeno en el pecho.

Harleen es tan consciente de mi estado como yo del suyo. Sin embargo, ella cuenta con más ventajas. Aunque desnuda, tiene libertad de movimiento; yo, por el contrario, estoy recostado en el suelo, con mi pantalón abajo y mi mano derecha esposada. En otras palabras, no tengo escapatoria.

En busca de una alternativa, busco sus ojos. Es entonces, cuando nuestras miradas se cruzan, que el brillo inquietante en sus pupilas se disipa y solo queda Harleen con su mirada turbia.

Creo que es por esta razón que, en vez de tensarme y prepararme para la lucha, pongo mi mano libre en su cadera apenas se sienta a horcajadas sobre mí.

Atrapado como estoy, y con ella encima, me limito a cerrar los ojos.

Es como si acabase de entregarme. Corrección: me he entregado.

Ella arrima su boca a la mía.

Trago con fuerza.

—Eres mi Terroncito de azúcar —dice entonces, desconcertándome—. Y me escondiste el hecho de que pensabas volver.

El aire retenido en mis pulmones escapa de entre mis labios lentamente. Una vez que mi respiración se reinicia, separo mis párpados y trato de encontrar los ojos de Harleen.

Ella, aunque luce un tanto ensimismada, está sonriéndome.

Me sonríe como si todavía no supiese nada.

¡Mierda! Ella no me ha descubierto aún.

Por un instante, pensé que...

Dejo ir ese pensamiento y me permito inhalar hondo. Segundo después, estoy perdido nuevamente en ella. Harleen es todo lo que veo y todo lo que quiero ver. Y ella tiene razón. Desde antes de irme, supe que volvería; no tenía idea de cómo ni cuándo, pero sabía que lo haría.

Por esa razón es que me fui sin pronunciar siquiera un «adiós».

—¿Estás molesta por ello? —pregunto con mi voz ronca.

Ella ha comenzado a balancearse sobre mí; sus movimientos son delicados pero rítmicos. En cada vaivén, nuestros sexos se rozan. Así que, por más que quiera centrarme en nuestra conversación, no puedo evitar que mi cuerpo responda.

—Lo estoy —dice en voz baja, inclinándose hasta apoyar sus tetas en mi pecho.

Todavía con mi camiseta puesta, no puedo sentir el contacto directo, pero de todos modos es excitante. Sus pezones rígidos se presionan contra mi ropa y su boca, ahora en mi cuello, se abre y cierra repetidas veces sobre mi piel.

A su vez, la fricción entre nuestros cuerpos sigue generando una especie de burbuja alrededor, dentro de la cual se mantiene el calor y el deseo que nos consume.

Jadeo cuando Harleen, en uno de sus vaivenes, alza las caderas lo suficiente para que mi erección roce su entrada y se detiene allí.

Quiero estar dentro de ella, tanto que duele.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora