Capítulo 26 | Primera parte

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Mi salvación

YOONGI

Cuando conocí a Hyesoo, yo estaba perdido, literalmente. Había bebido más de la cuenta la tarde en que ella me encontró; yo estaba tirado en un callejón, donde había caído tras haber caminado unos cuantos pasos tambaleantes. Este callejón estaba cerca del gimnasio donde ella hacía kickboxing, aunque eso lo descubrí varias semanas después.

Aquel día, ella se preocupó por mí y me preguntó si necesitaba ayuda. En las calles de Seúl, no era normal que hiciesen eso, menos con personas errantes como yo. Por lo general, la gente me ignoraba, hacía de cuenta que yo no existía y seguía de largo. Pero Hyesoo no lo hizo; fue la excepción.

Incluso después de que le pedí de mala manera que me dejara en paz, ella no desistió. Entonces, en vez de entrar a tomar sus clases de niña rica al salón de ballet donde pensé que estaba asistiendo, ella fue a comprar una botella de agua y me la tendió sin pedir nada a cambio. Se mantuvo en silencio a mi lado mientras yo bebía, sin exigirme palabras ni miradas. Cuando se fue una hora después, yo había recuperado la sobriedad, y cierta vergüenza se había apoderado de mí.

No volví a ver a Hyesoo hasta una semana después. Ella me encontró a pesar de que yo, para evitar otro cruce, había hecho lo imposible por no regresar a ese lugar. Así que, sí, me sorprendí cuando apareció en mi camino. Su sonrisa fue inmensa al verme, tan grande que hasta sus ojos occidentales se estrecharon y lucieron similares a los míos.

Estás bien —dijo tras comprobarme de arriba abajo.

Si dejaba de lado mi ropa sucia y destrozada, y mi cabello opaco, sí, se podría decir que lo estaba.

Lárgate —le dije esperando espantarla.

El impacto que mis palabras tuvieron en ella fue drástico.

Solo quería comprobar que estuvieses bien —musitó con pena.

Lo estaba hasta que llegaste —mentí entre dientes.

Creo que ese día fue cuando me percaté de que yo no sabía mentir. Ella estrechó la vista y ladeo la cabeza. Luego, como si yo la hubiese halagado en vez de menospreciado, empezó a caminar a mi lado.

Caminamos varias calles antes de que ella se diera cuenta de dónde nos encontrábamos. Habíamos llegado a una zona lúgubre de la ciudad. La pobreza no solo podía verse, sino también respirarse.

Debería volver —comprendió entonces—. ¿Me... acompañas?

Su petición, rayando la súplica, vibró entre ambos.

Yo no te pedí que me siguieras —le dije con un breve encogimiento de hombros.

Ella miró a nuestro alrededor con temor, pero sus ojos no tardaron en adquirir un brillo especial. Fui testigo de cómo la valentía se apoderó de ella en un abrir y cerrar de ojos. Lo que pasó a continuación me sorprendió. Ella adoptó una actitud temeraria, que pocas veces había visto en chicas de mi edad, y volteó. Y luego, sin insistirme, empezó a alejarse.

Maldije por lo bajo y, a una distancia prudente para que no me viera, la seguí hasta que ella estuvo en un lugar seguro.

Dos días pasaron antes de que la viera otra vez. Entonces volví a maldecir.

Ella había decidido volver sola a la peor zona de la ciudad y deambulaba por estas calles como si fuera un alma en pena. Ya no tenía ropa cara cubriéndola, por lo que supuse que era inteligente y se había puesto eso para pasar desapercibida, pero de todos modos resaltaba. Algo en ella parecía resplandecer.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora