Capítulo 40 | Primera parte

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Más que tatuajes

YOONGI

Mi mente acaba de asimilar lo que mi corazón sabe desde hace tiempo: quiero a Harleen.

Quiero a la mujer que está tendida sobre mí en la cama, no solo por lo que compartimos bajo las sábanas sino también por lo que me provoca cuando estamos fuera. Quiero a la mujer que, aun conociendo mi faceta más rota, me abraza como si yo fuese perfecto. Quiero a la mujer que ha arriesgado tanto por mí.

Quiero a Harleen Begonia Dunn.

Quiero a mi Mantequilla.

Hace apenas media hora que llegué a la comprensión de este sentimiento, pero no es hasta ahora que me detengo a analizar lo que ello significa.

Con Harleen entre mis brazos, es fácil pensar en esto y asimilarlo. Ella hace que todo sea más sencillo. Sus caricias, sus besos e incluso sus miradas hacen que mi corazón se acelere. A su vez, esta reacción física se transforma en emociones, y las emociones en un sentimiento que es imposible de ignorar.

Jamás sentí esto por nadie.

Por cada mujer importante que ha habido en mi vida, he sentido cosas diferentes. Con mi mamá, el amor que sentí fue inestable. Si bien la amé y sigo amando, el sentimiento fluctuó a medida que crecía. Con Hyesoo, no supe que era amor fraternal lo que sentía hasta que Minho falleció. Hasta entonces, pensaba que solo teníamos una especie de amor-odio, lo que se justificaba con nuestras constantes bromas y discusiones. Entonces, llegó Harleen. Y con ella comprendí que mi corazón es más grande de lo que creía, porque se metió sin problema en este. Joder. Ella sigue haciéndose lugar aquí dentro.

Aún recostada con la mitad izquierda de su cuerpo sobre mí, desliza la punta de su dedo índice sobre el tatuaje que tengo en el lateral de mi torso, justo a la altura de mis costillas. Siento su dedo acariciar mi piel, la tinta que conforma las teclas del piano y que se difumina hasta acabar en la línea de un electrocardiograma.

Traza esta línea con tanta delicadeza que mi corazón se calma.

—Mi mamá tocaba el piano cuando yo era pequeño —revelo, de pronto, sin saber exactamente por qué.

Harleen detiene un momento su caricia para buscar mis ojos. Ambos estamos desnudos en su cama, pero apenas puedo hacer otra cosa que no sea mirar su rostro, sus ojos cafés y sus labios rojizos.

Inhalo hondo cuando ella decide seguir con el recorrido del tatuaje.

—Ella amaba la música —continúo entonces yo también.

Mi mamá amaba la música clásica. Aún recuerdo los grandes discos de vinilo que tenía en la parte baja de un librero. Grandes compositores de siglos anteriores rellenaban esos estantes y ella, con su piano de cola, los imitaba. En sus momentos buenos, le gustaba replicar aquellas melodías. A mi parecer, le rendía homenaje. Era buena en ello. Tan buena que, incluso, llegó a componer una melodía para mí.

La canción titulada «Un sueño para Yoongi» viene a mi memoria. La sonrisa nostálgica en mi rostro se desvanece cuando, a mi lado, Harleen inclina la cabeza para verme.

—¿Qué le pasó? —pregunta.

Supongo que no pasó desapercibido que hablé sobre ella en pasado.

Mi pecho se contrae.

—Se suicidó.

Sé que es mi voz la que dice esas dos palabras, pero la frase en sí me parece lejana, desconocida, irreal. Hasta hoy, jamás había podido decir esto en voz alta.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora