Capítulo 27 | Segunda parte

314 61 86
                                    

La posada del rey es, según mi experiencia, el lugar más seguro del país. Así que, cuando a mitad de la noche escucho un ruido brusco y cercano, más que sobresaltada despierto asustada.

Agradezco haberme puesto ropa interior al acostarme cuando, al ponerme de pie, oigo pasos en la sala de mi casa. Jodidos pasos en el interior de mi casa a las ¿qué? ¿Una de la mañana?

Despego la mirada del reloj al mismo tiempo que, de la mesilla, cojo mi arma reglamentaria. Tenerla cerca es un hábito que adquirí gracias a Jon. Él solía decir «siempre tenemos que estar preparados». Ahora lo estoy.

De puntillas, camino hacia la puerta de mi habitación. Aguzo el oído, pero no me llega ningún sonido más, así que tiro suavemente del picaporte para abrirla.

Con ambas manos sosteniendo el arma, no puedo encender la luz, pero no es necesario ya que esta se prende apenas atravieso el umbral. Y entonces...

—¿Yoongi?

Identificar su rostro es paralizante, pero ver la escena completa aún más. Yoongi se encuentra junto al sofá, con un bolso marrón a sus pies, la chaqueta colgando en sus manos y el casco de la moto tirado en el suelo. Se le debe haber caído al entrar; sí, eso debe haber provocado el sonido que me despertó.

Dejo el arma sobre la mesilla más cercana y doy un paso al frente.

La expresión de Yoongi es indescifrable.

—¿Qué haces? —balbuceo todavía incapaz de procesar lo que está pasando.

—No respondías el móvil.

Su respuesta es baja y potente a la vez.

—¿Cómo...? ¿Cómo entraste? —añado.

Cuando se lleva una mano a la nuca, luce indeciso.

—La llave todavía estaba en la maceta de los geranios —dice escueto.

—¿Eres...? ¿Eres consciente de que lo que acabas de hacer es un delito, verdad?

Como si yo no estuviese indirectamente acusándolo por allanamiento de morada, él desliza la mirada por mi cuerpo semidesnudo. Se toma su tiempo antes de regresar sus ojos a los míos y decir:

—Quería verte.

Joder. Yo también quería verlo, pero eso a él no le importó.

—Ya me viste —digo sintiendo mi enojo crecer—. Ahora, si eso es todo, puedes irte —alargo tensa.

Yoongi apenas se inmuta por mis palabras. Como siempre, su reacción difiere de la de todos los hombres que he conocido. Él se limita a meter las manos a los bolsillos de su pantalón y, con actitud relajada, caminar hacia mí.

—Quise avisarte que vendría esta noche, pero tú no respondías, así que pensé...

—¿En entrar ilegalmente a mi casa pasada la medianoche? —mascullo.

Sus pasos se detienen.

—No respondías el móvil —insiste.

—¡Pero eso no te da ningún derecho a entrar aquí!

Es al alzar mi voz que Yoongi parece comprender que ha hecho algo mal. Sin embargo, su mirada inquieta permanece sobre mí.

—Era la única forma en que podría hablar contigo.

Su voz rasposa me hace temblar, pero mi enojo no cede.

—¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar?

—Prefiero hacerlo cara a cara —dice—. Los mensajes a veces...

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora