Capítulo 46

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Órdenes

YOONGI

Una llave es girada. Luego el picaporte de una puerta es jalado. Y, antes de que me dé cuenta, estoy tanteando la mesilla a mi lado en busca de mi arma, arma que desde hace semanas descansa en la baulera de mi moto.

Mi cuerpo se tensa en cuanto me percato de que no tengo nada a mano para defenderme, pero entonces mis ojos vuelven hacia la cama y mi tensión crece más aún cuando no la veo a ella.

Harleen no está aquí.

Tan pronto como soy consciente de esto, me pongo un pantalón, cojo mi móvil y me apresuro en dirección a la sala, al lugar de donde venían los sonidos que me despertaron.

Mi respiración se serena al verla cerrando la puerta detrás de sí.

—¿Mantequilla?

Confirmo que viene llegando, que no ha estado dentro del departamento los últimos minutos, cuando se quita la chaqueta a medida que se arrima a mí y presiona sus fríos labios contra los míos.

—Tenemos que irnos —dice antes de que mi boca llegue a amoldarse a la suya.

Entonces, para mi sorpresa, se quita una pistola de la cintura del pantalón y la deja sobre la mesa.

—Ya renuncié a Euforia. Vengo de allí —explica de manera sucinta, mientras camina y ¿va juntando cosas?

Se detiene repentinamente al pasar junto a la nevera.

—N-no viste la... tú... ¿Recién te levantas? —pregunta tras girar la cabeza para mirarme.

Puesto que su entrada fue abrupta, sigo paralizado en el mismo lugar donde me besó. Y noto que esta es la primera vez que me mira, que realmente se fija en mí.

Trago con fuerza.

—Sí —respondo—. No escuché a qué hora saliste. Acabo de despertar —confieso.

Según el reloj sobre la nevera, son las once de la mañana. He dormido más de lo normal, lo que ahora, irónicamente, me hace sentir aletargado.

—¿Saliste hace mucho? —pregunto inquieto.

Harleen vuelve a darme la espalda y, con un movimiento rápido, arranca una hoja de la puerta del refrigerador. Tras arrugarla y meterla en el bolsillo de su pantalón, inhala hondo y me mira.

—Hace un par de horas —responde.

Mi ceño se frunce.

—Luego te explicaré. Ahora juntemos nuestras cosas, Yoongi —añade—. Lo esencial al menos.

Acto seguido, me rodea para dirigirse al dormitorio, coge una mochila y empieza a meter algunas de sus pertenencias en su interior.

Si hace minutos pensé que estaba perdiéndome de algo, su actitud me termina de confirmarme esta sospecha.

—¿Por qué? —es la única pregunta que hago.

Ella deja de empujar cosas dentro de la mochila, pero no alza la mirada.

—Porque tengo pruebas suficientes para denunciar a mi familia por homicidio y otros delitos relacionados —dice por lo bajo.

—¿De qué...?

—Y la policía ya está en camino —alarga.

De pronto, mi pecho se aprieta.

Mierda.

—Esto no solo involucra a tu familia, Mantequilla. Lo sabes, ¿no? —urjo sintiendo cómo, con cada segundo que pasa, mi piel va perdiendo calor.

Desde que me uní a Los Calaveras, he sido testigo de la cantidad de vínculos que poseen fuera del clan. Una organización como la suya, aunque pequeña y con evidentes tensiones entre los miembros, jamás podría sostenerse por sí sola.

—Sí —admite aún cabizbaja—, pero por algo se empieza.

Inmediatamente busca mis ojos y, sin necesidad de palabras, me transmite no solo el miedo que tiene sino también la esperanza que alberga de que todo esto llegue a su fin.

—Merecemos vivir en paz, Terroncito —dice a continuación—, ¿no crees?

Lo creo. Por primera vez en mi vida, lo creo. Y estoy por decírselo cuando mi móvil, que es lo único que tengo cerca desde que desperté, vibra.

Entonces bajo la vista, desbloqueo la pantalla y en un mensaje alcanzo a ver estas únicas palabras: encuéntralos y mátalos.

No entiendo a qué se refiere Jared hasta que, segundo después, adjunta dos fotos.

El primer rostro es de un tipo que se me hace familiar. Sin embargo, no lo asocio con ningún recuerdo hasta que la segunda imagen termina de descargarse.

El primer rostro es del antiguo jefe de Harleen: MacArthur.

Y el segundo es de Hopper.

Mierda.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora