Capítulo 12 | Segunda parte

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Despierto sobresaltado, no porque haya oído algo, sino porque mi alarma interior no me deja descansar en paz, nunca lo hace. Miro el techo desconocido por un instante antes de comprender que no estoy en una casa cualquiera en un lugar cualquiera como tantas otras veces.

Estoy en la casa de Harleen.

Con este conocimiento metiéndose a la fuerza en mi cabeza, me levanto de la cama. Mi primer instinto, luego de vestirme, es coger el arma de la mesilla y ponérmelo en la cintura del pantalón. Es lo que suelo hacer siempre que me levanto. Solo que esta vez en la mesilla no hay arma (porque, claramente, no traje mi arma). En esta solo se encuentran un reloj despertador, que marca las 9:13, y una crema corporal.

Tanteo mi pantalón para asegurarme de que todas mis pertenencias siguen en el mismo sitio. Lo están. Tanto mi móvil como la cajetilla de cigarrillos y el encendedor están en los bolsillos traseros.

Salgo de la habitación y quedo en la sala, la cual es parte cocina y también comedor. En una esquina está la mesa, en la que comimos hamburguesas la otra noche, y en la esquina contraria el perchero junto a un estante de madera repleto de plantas y flores con macetas. La casa entera está llena de estas. Allí donde mires, hay plantas de interior. O, en su defecto, un cuadro con la pintura de alguna flor exótica.

Hambriento, más que con ganas de observar a detalle la decoración, dirijo mi vista a la encimera. Allí está la prueba de que Harleen desayunó antes de irse. Su taza de café reposa en una esquina, con el fondo de esta cubierto por el líquido oscuro y con el borde manchado de rojo. Su labio inferior ha dejado una huella.

Recordando su beso, me relamo la esquina de la boca. Si ella dejó una marca en la porcelana, probablemente la dejó en mi también. Me paso el dorso de la mano para limpiar cualquier resto y finalmente me centro en mi misión.

Tomar café no es una opción para mí, no cuando estoy en este estado, por lo que abro la nevera y saco una botella de leche. Tras una rápida búsqueda en las encimeras, no solo encuentro un tazón sino también cereales. Me sirvo en este y me siento.

Mi ansiedad va en aumento, puedo sentirlo. Empeora cada día y ya no hay casi nada que pueda hacer sin sentirme inquieto y fuera de control. Los síntomas, que solían menguar cuando me llevaba un cigarrillo a la boca, ahora solo disminuyen cuando follo a Harleen. A veces incluso cesan por completo.

Cuando estoy en su interior, olvido jodidamente todo.

Pero ella no está aquí ahora y puedo sentir cómo la ansiedad comienza a adueñarse de mí otra vez.

Mientras me llevo una cuchara llena de leche y cereales a la boca, mis pies no dejan de repiquetear en el suelo. Mi pulso se acelera en cuanto mi mirada, también inquieta, se posa sobre su reloj de pared. Mi respiración se agita solo con pensar. Y es que, de pronto, pienso en todo. Miles de ideas atraviesan mi mente al mismo tiempo.

Centrarme en una cosa no es fácil cuando estoy así, pero a veces funciona si mi atención va dirigida a algo que considere importante.

Cojo mi móvil y lo desbloqueo.

Hace tan solo tres horas le envié un mensaje a RM diciéndole que había conseguido repuesto para la moto y que no hacía falta que regresara, que me quedaría unos días más para repararla. Lo envié a tiempo para que lo viera antes de perder la señal, pero puesto que no ha contestado empiezo a creer que lo envié tarde.

Mi mandíbula se aprieta. La mentira que comencé anoche explica la de hoy, pero no me gusta hacia dónde va esto. Una mentira siempre exige otra. No quiero hacer una bola imparable. Joder. Tengo que detener este error.

Dispuesto a hacerlo, me pongo de pie, recojo mi chaqueta del perchero y salgo de la casa.

Al ver mi moto afuera, con el casco e incluso la llave puesta en la ignición, maldigo en voz baja.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora