Capítulo 44

294 48 14
                                    

Dos caminos

YOONGI

Mi mente siempre ha sido muy ruidosa, así que durante años he tratado de compensar ese constante ruido con el silencio circundante. Estando a solas, o en sitios silenciosos, parecía que equilibraba la balanza. De hecho, hasta que apareció Harleen, solía creer que el silencio era mi mejor amigo. Ahora detesto los espacios vacíos en nuestras conversaciones, sobre todo cuando estos están precedidos por un desacuerdo o una disputa.

Ella no ha vuelto a abrir la boca, excepto para pedirme que me siente y quede quieto mientras me cura las heridas en mis manos, heridas que me hice golpeando a alguien que no conocía, por orden directa de Jared Dunn.

Aún puedo oír el sonido de mis nudillos estrellándose contra el rostro de un tipo que, también por orden de Jared, se hallaba de rodillas en el suelo, con sus extremidades atadas y sus ojos ya morados por golpes anteriores.

Jared me ordenó que no me detuviera hasta haber roto su nariz. Cumplí, aunque en el proceso también me hice daño a mí mismo.

Aprieto los dientes cuando Harleen, al desinfectarme las heridas y luego colocarme una gaza, hace que mi piel arda.

Ella parece darse cuenta del dolor que me provoca y suaviza su toque, pero no me mira ni se disculpa. Sigue evitándome tal y como ha hecho desde que me senté a los pies de la cama.

—No estés enojada conmigo —le pido a duras penas.

Pasar desapercibido nunca me ha molestado, pero que ella pase de mí me debilita. Y no me gusta sentirme así cuando estoy a su lado. Quiero ser fuerte. Necesito serlo para protegerla.

—No estoy enojada.

Su voz es una especie de sedante, sin embargo, de corta duración. Apenas el eco de sus palabras se desvanece en el aire, vuelvo a sentirme débil, inquieto e impotente.

—Mírame —le pido apenas termina de cubrir mis heridas.

Me pongo de pie y tomo sus manos para impedirle que se aleje, lo que logro sin mucho esfuerzo. Entonces encuentro sus ojos y, sin dudarlo, digo:

—Podré con esto.

Vuelvo a decírselo porque, en el fondo, sé que podría hacer esto y mil cosas más por ella. Cuando se trata de Harleen, mi mente no conoce límites ni reglas.

Ella simplemente asiente al oírme, tal como la vez anterior, y luego rodea la cama para acostarse. Yo, por otro lado, aún necesito una ducha, así que me dirijo al baño.

Cuando salgo de este, Harleen ya se ha acurrucado en su lado de la cama. De hecho, está tan pegada al borde que podría caerse en cualquier momento. Soy consciente de que ha escogido ese lugar para mantenerse a una distancia prudente de mí, pero justamente esta noche la quiero más cerca que nunca. Cada día la quiero más cerca. Esta necesidad de ella crece todo el tiempo.

Me niego a mantener mis manos lejos de su cuerpo, razón por cual, apenas me meto bajo las mantas, me arrastro hacia el centro de la cama y estiro mi brazo para envolverla por la cintura. Ella se deja abrazar, pero a diferencia de otras veces no hace ni siquiera el intento por amoldarse a mi cuerpo. Se mantiene quieta en su lugar, hecha un ovillo, y no emite palabra.

Mierda. Esta no es mi Harleen. Ella no es así.

Desesperado por una reacción suya, sumerjo una mano bajo la tela de su camiseta y abro la palma sobre su vientre, desde donde la sujeto mientras me apego más a ella por la espalda. De pronto, siento la necesidad de besarla y eso hago: dejo que mis labios se posen en su cuello, en su piel tibia y suave, en ese espacio donde su corazón parece latir más fuerte.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora