Capítulo 1

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Una cita

HARLEEN

Para tener una vida tranquila y rutinaria no hay nada mejor que vivir en La posada del rey. Incluso si eres policía, puedes mantener un perfil bajo. Es lo que yo he hecho desde que llegué a este pueblo, pero sobre todo durante los últimos meses.

La cotidianidad me gusta tanto como el vino merlot; de hecho, mientras más aburrida y esperable sea mi vida más segura me siento. Y tal vez por esto es que, cuando el ardor en mi labio inferior incrementa, maldigo en voz baja.

Por primera vez en mi vida, acabo de salir lastimada en mis horas de trabajo. La herida es pequeña, casi imperceptible, pero me impacta. El solo hecho de haber visto sangre en un procedimiento escapa de mi rutina y yo odio que las cosas cambien, así se trate de un simple corte en mi boca.

Se suponía que, como cualquier otro día normal en el pueblo, Hopper y yo iríamos a la dirección notificada por radio con el fin de poner fin a una disputa familiar y evitar posibles incidentes. Creí que un par de advertencias bastaría para ponerle fin, pero no fue así. La mujer que encontramos encolerizada de pie en medio de la puerta de una casa desvencijada no bajó su tono de voz ni dejó de lanzar objetos a su marido, que yacía ebrio en el jardín, hasta que se dio cuenta del error que había cometido.

Por querer refrenar la situación, yo me coloqué entre los protagonistas de la pelea y recibí el golpe de una de las tantas cosas que la mujer lanzó, ciega de furia, hacia el hombre que prometía entre hipidos jamás volver a engañarla.

Tuve la suerte de que fue un control remoto lo que impactó en mi boca y no un martillo, ni una de las otras herramientas de su amplio arsenal. Sin duda, la situación pudo haber sido mucho peor.

Deslizo suavemente la yema de mi dedo sobre mi labio inferior y suspiro. A mi lado, oigo la risa distendida de mi compañero. Él no ha parado de reír desde que subimos al coche patrulla y yo solté la primera maldición.

—Ya dejó de ser divertido, Hopper —siseo luego de sacar un pequeño espejo de mi casillero.

Hace rato me quité los rastros de sangre de la boca, pero la hinchazón no ha parado de crecer.

—No es cierto. Sigue siéndolo —me contradice. Está recostado en su propio casillero y con sus ojos puestos en mí—. Más aún, si piensas en el hecho de que acabaste lastimada en vano. Ellos ya deben estar juntos de nuevo.

Mi corazón comienza a doler más que mi labio.

—Con más razón. No es divertido en absoluto —siseo.

Si bien fueron los vecinos quienes pidieron asistencia policial esta vez, no deja de ser un ciclo tóxico. Por lo general, es la mujer quien llama cuando su marido llega ebrio a casa. Según sus propias denuncias (que después quita), él tiende a ser violento en momentos como esos.

Es triste que, como cada vez que hemos ido para prevenir un desenlace trágico, ella nos haya pedido que nos retiremos de su jardín. Siempre se niega a que lo esposemos y traigamos al calabozo, al menos hasta que recupere su sobriedad. Dice amarlo aunque, según sus propias palabras, sea un desgraciado.

—Pero, no debería sorprendernos, ¿no? —reitera Hopper todavía mirándome desde su lugar.

Evito responder. Conozco la postura de mi compañero sobre estos temas. No es machista ni está a favor de la violencia en sí, pero su visión de la vida está teñida por la ingenuidad y la inexperiencia. Apenas ha visto un fragmento de lo que es la vida, más aún la vida como policía.

—¡La puta madre! —maldigo cuando, al quitarme el chaleco antibala, me rozo la herida.

Al hablar, la diminuta grieta me arde, pero es cuando la toco que duele como el infierno.

CHERNÓBIL | YoongiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora