El Princesa Andrómeda.

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¡He regresado! Feliz inicio de Semana Santa, mi gente. Yo estoy feliz porque significan vacaciones, que ya urgían, aunque con toda la tarea que dejan no lo parecen.

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Mientras más se acercaban al Princesa Andrómeda, más caía en cuenta Luke de su gran tamaño. El casco, de un blanco impecable, tenía al menos diez pisos de altura y estaba rematado con una docena de cubiertas a distintos niveles, cada una de ellas con sus miradores y sus ojos de buey profusamente iluminados.

Adosado a la proa, había una figura de una mujer con la túnica blanca de los antiguos griegos, esculpida de tal modo que parecía encadenada al barco. Era joven y hermosa, con el pelo negro y largo, pero tenía una expresión aterrorizada. Luke se preguntó si aquella era la idea de una buena bienvenida para vacaciones familiares.

-¿Cómo vamos a subir a bordo?-gritó Katie para hacerse oír entre el fragor de las olas y el viento

Pero no hubo de qué preocuparse. Los Pegasos parecían saber lo que querían; se deslizaron hacia el lado de estribor del barco, cruzando sin dificultad su enorme estela, y se detuvieron junto a una escalera de mano suspendida de la borda.

Silena fue primera. Ella se echó al hombro la mochila y se agarró al último peldaño. Cuando se hubo encaramado, su pegaso soltó un relincho de despedida y se fue. Katie fue después y Luke de ultimo.

La escalera conducía a una cubierta de servicio llena de botes salvavidas de color amarillos. Había una doble puerta cerrada con llave que Silena logró abrir con su embrujahabla. Si tenías la suficiente práctica, los portadores del don incluso podían hacer que los objetos les obedeciesen, les explico Silena, dejando impresionados en extremo a Luke y Katie.

«Esto puede funcionar-pensó Luke, sintiéndose optimista».

No había necesidad de esconderse, notaron pronto, aunque eran polizones. Era plena noche, sí, pero el barco estaba vacío. Ni un solo ruido se oía.

-Esto da escalofríos-murmuro Katie, mirando con añoranza la tierra firme-. Odio el mar. El agua salada es mala para las plantas.

-Algo no me gusta-dijo Silena, arrugando el ceño con concentración-. Hay algo...

-¿Qué dices?

-Los de Afrodita pueden sentir las emociones, ¿recuerdas?-replico la chica-. Este barco no está vacío. Puedo sentirlo, hay mucha gente, de hecho. Pero están como idas, a la deriva...

-De acuerdo-dijo Luke lentamente, sin entender bien-. ¿Por dónde?

Pero Silena sacudió la cabeza, no lo sabía.

Había aún más niveles por encima de ellos, tanto a proa como a popa incluyendo un muro artificial de escalada, una pista de minigolf y un restaurante giratorio. Pero no se veía el menor signo de vida.

Como dijo Katie, aquello daba escalofríos.

-Necesitamos algún lugar para dormir, chicas-dijo Luke, firme-. Debemos dormir.

-Si, por favor-dijo Katie, bostezando.

Justo frente a ellos, una suite estaba desocupada, con la puerta abierta. Dentro, se tomaron el tiempo para examinar las mochilas, y Luke quedo impresionado: mudas de ropa, artículos de tocador, víveres, una bolsita de plástico con dinero y también una bolsa de cuero llena de dracmas de oro. Había un espejo de mano, muy elaborado, que Silene sostuvo con gesto de triunfo, y unos paquetes de semillas. Luke no vio nada especial pero Katie...

-¡Tomates!-chillo, loca de la alegría-. ¡Y cebada y centeno! Hay de todo aquí. Guau... Incluso belladona, azucena y acónito.

Silene soltó una risita, todavía sosteniendo su espejo contra el pecho.

Percy Jackson: El Hijo del Hestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora