Fin de la Misión.

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Hades los dejo en Rockefeller Center, a unas cuantas calles del Empire State Building. Los chicos quisieron acompañarlo al Olimpo, pero este insistió en que Luke debía recibir atención médica y que había que notificar al campamento de la traición de Annabeth cuanto antes. Protestaron, ambos de forma muy vocal, pero al final reconocieron en sus puntos y se marcharon. Luke y él intercambiaron una mirada y reconocieron tácitamente que tenían que hablar de lo que fuese que hubiese entre ellos.

Percy los miro irse en un taxi hacia el campamento con una sonrisa triste. Se sentía raro, después de casi un mes de estar con ellos, separarse, pero aquella parte del viaje debía hacerla sola.

Llego hasta el Empire State y entro al vestíbulo. Dentro había un guardia de seguridad.

-Quiero ir al piso seiscientos.

Leía un grueso libro. Apenas si levanto la vista.

-Ese piso no existe, niño. Lárgate.

Percy rodo los ojos.

-Quiero ir al piso seiscientos-repitió-. Necesito una audiencia con Zeus.

Sonrió vacíamente.

-¿Con quién?.

-Ya me has oído. Piso seiscientos, por favor.

Intento ser amable, pero la verdad era que sus nervios estaban a flor de piel y aquel sujeto solo conseguía fastidiarlo.

-Sin cita no hay audiencia, niño. Lord Zeus no recibe a nadie que no se ha anunciado.

-Pues a mí me parece que me esperan-dijo Percy, y saco la mochila-. Después de todo, lo prometido es deuda.

El guardia miró dentro el cilindro de metal y, por un instante, no comprendió qué era. Después palideció.

-¿Esa cosa no será...?.

-Sí, lo es, sí-Percy cerro la mochila-. Por eso sé que Zeus me recibirá. Ahora, piso seiscientos, por favor.

-¡Por supuesto!-brincó de su asiento, buscó presuroso un pase detrás del mostrador y le tendió a Percy la tarjeta-. Insértala en la ranura de seguridad. Asegúrate de que no hay a nadie más contigo en el ascensor

Percy hizo lo que se le dijo. En cuanto se cerraron las puertas del ascensor, metió la tarjeta en la ranura. En la consola se iluminó un botón rojo que ponía « 600» . Lo apretó y espero. Se oía música ambiental. Las puertas se abrieron. Percy por poco tuvo in infarto al salir.

El Olimpo era espectacular, pensó Percy con los ojos abiertos. Una pequeña pasarela de piedra se extendía sobre el vacío y, delante, unas escaleras de mármol serpenteaban entre las nubes. En lo alto de las nubes se alzaba el pico de una montaña con la cumbre cubierta de nieve. Colgando de las laderas de las montañas había una docena de palacios en distintos niveles: todos con pórticos con columnas, terrazas doradas y braseros de fuego en los que ardían mil fuegos. El camino llegaba hasta la cumbre, donde el palacio más grande de todos aguardaba entre la nieve. De las paredes colgaban precariamente jardines con olivos y rosales. Había un mercado con tenderetes de colores, un anfiteatro de piedra, un hipódromo y un coliseo para peleas.

Percy comenzó a caminar, entre neblina. Las ninfas al verlo saltaron y le ciñeron una corona de laurel, arrojando olivos a sus pies: el símbolo de la paz. Los vendedores del mercado le ofrecieron frascos de ambrosia, un escudo y una réplica exacta del Vellocino de Oro, todo totalmente gratis. En la Hefestos TV se estaba reproduciendo un recuento de su misión, por lo que obtuvo muchas miradas.

Las Musas afinaban sus instrumentos, preparándose para dar un concierto en el parque. Tenían una gran multitud de dioses menores, sátiros, dríades y náyades. Al verlo, voltearon y comenzaron a susurrar entre ellos.

Percy Jackson: El Hijo del Hestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora