Perseo.

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Lo olio antes de verlo. Percy, que había estado sentado en un banquillo a las afueras de una cafetería, desayunando un croissant con jugo de naranja, sintió que se le erizaba la piel ante el repentino olor a ozono que lleno el aire. Se puso de pie bruscamente, lo que atrajo la atención de los demás clientes, pero lo ignoro. Alzo la vista y, a lo lejos, como una aguja de plata resplandeciente ante el sol, vio el Empire State Building. Aunque no por mucho. Sin siquiera tener tiempo para parpadear, Percy vio como el cielo sobre Nueva York se cubría con una gruesa y oscura capa de nubes, y, en medio de aquel sombrío paisaje, una docena de rayos bajaron del cielo e impactaron con el Empire State, despidiendo zarcillos de electricidad.

Cuando las nubes comenzaron a soltar gruesas gotas de lluvia, los mortales corrieron a ponerse bajo cubierta, ajenos al espectáculo que capturaba la atención de Percy. El chico, dejando de forma apresurada el pago y la propina, dio las gracias y largo a correr calle abajo. No le importaba mojarse, no particularmente, pero las gotas se clavaban en su piel como si estuviesen destinadas a mostrar enojo. Un trueno rompió el cielo y pudo ver como un rayo impactaba con un avión, derribándolo en el Atlántico. Aunque compasivo, y con el corazón doliéndole por las víctimas, Percy no podía hacer nada que hiciese una diferencia, y estaba aún más preocupado por lo que había sucedido en el Olimpo para enojar de tal forma a Zeus y a Poseidón, si la forma como se batían los ríos era algo en que pensar.

No conocía en persona ni a Zeus o a Poseidón, ni deseaba hacerlo: los dioses Olímpicos no eran sus seres preferidos. Pero incluso él sabía que si bien las disputas entre los hermanos eran frecuentes, aquello era excesivo. Eso suponiendo que fuese una discusión entre ambos, lo que tenía sentida, considerando el solsticio. No obstante, decidió no inmiscuirse, ya que aquello no era su problema. Lord Hades siempre le había dicho que los mejores problemas eran los que se evitaban, y decidió seguir su sabio consejo.

Tuvo la idea de cruzar la ciudad por Central Park, para acortar su camino, y una vez estuviese fuera de Manhattan, viajar por las sombras hasta Los Ángeles, donde podría refugiarse en el Reino de Lord Hades, hasta que pasase la disputa. Eso haría, si, aunque antes ayudo a una ancianita a cruzar la calle. Si, quizá no fuese lo más sabio, considerando que debía salir de ahí lo más pronto posible, pero no le importó. Ante todo, la caballerosidad.

Al entrar en Central Park, Percy se detuvo en seco, porque sus instintos le advirtieron que algo estaba por pasar. Y no se equivocó. Por un momento sintió el deseo de cubrir sus ojos, pues del cielo cayo un inmenso y cegador rayo de luz blanca. Percy sintió como el suelo temblaba ligeramente ante la fuerza del impacto, aunque se detuvo tan pronto el rayo de desvaneció, dejando tras de sí a cinco figuras, armadas y listas para la batalla. Percy no conocía a ninguno, pero no hizo falta. Los reconoció a todos. A Atenea, la Diosa de la Sabiduría, junto a Ares, el Dios de la Guerra, y Apolo, el Dios del Sol. Artemisa, la Diosa de la Luna, estaba detrás, solo ligeramente por delante de Hermes, el Dios de la Velocidad.

Aquello debía ser una broma, sin duda alguna. Porque de ninguna forma era posible que, en su primer día en Nueva York, en más de diez años, la mitad del Consejo Olímpico se le pusiese en medio. Supuso que su plan de salir de Manhattan para llegar hasta Los Ángeles no resultaría ya.

Se escondió tras un árbol, y debatió si treparlo o no, pero prefirió no hacerlo. El sigilo nunca había sido uno de sus dones y prefirió no arriesgarse a ser oído por los dioses.

Agudizo el oído cuando noto que estaban hablando.

-..., Hermes buscara en el oeste, y Apolo ira al norte-les decía Atenea a los dioses. Su voz era firme y Percy se negó a sentirse impresionado por el respeto que imponía-. Nos reuniremos cuando hayamos acabado. Y, si sigue perdido, haremos un nuevo plan de acción.

Percy Jackson: El Hijo del Hestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora