Capítulo 22.

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19 de abril 2019.

Roma, Italia.

Centro de rehabilitación de drogas.

—No puedes salir de tu habitación, sab...

Dejo de escuchar cuando percibo el mismo diálogo de todos los días. Quisiera poder elegir por mí, pero estoy aquí en contra de mi voluntad y la verdad es que todo esto está siendo más tolerable de lo que pensé cuando no me dicen que hacer.

Extraño mi casa, extraño mi soledad, extraño ver y escuchar a Ilda con sus anécdotas de superación personal. Ojalá la hubiese escuchado y así no estaría en este calvario.

Y hablando de calvarios.

Giancarlo es uno muy grande. No lo volveré a ver con los mismos ojos después de toda esta travesía, pensé que era mi amigo, pensé que teníamos comunicación, pero me equivoqué al pensar que iba a ser el mejor amigo que nunca tuve, esa figura paterna que me mostrara las cosas.

No es su obligación, pero de todos modos los odio con toda mi alma.

—¿Me estás escuchando? —la psicóloga expulsa el aire y se toma el puente de la nariz. No la odio, pero es la mujer más estresante que podré conocer en mi vida. —Será mejor que vayas a tomar aire.

Me levanto de la silla y salgo del pequeño cuarto con la ansiedad brotando por mis poros. Los internados me observan con asco, otros con fascinación y los demás con altanería. Quisiera no poder prestarles atención, pero la verdad es que desde que estoy aquí todo se ha vuelto mil veces peor.

Llego hasta el patio y a penas toco el césped me dejo caer al suelo. Los enfermeros corren a mí y yo solo los alejo con la mano formulando un "estoy bien". No necesito ni necesitaré ayuda.

Jamás.

Los psiquiatras que hay a mi alrededor siguen insistiendo en volverme a encerrar, pero yo me niego. Eso será lo último que haga, encerrarme.

Ya no quiero ver más paredes blancas, quiero salir de aquí, quiero dejar de sentir la maldita furia y tristeza que corre por mis venas siendo totalmente infinita.

—Оставь меня в покое! Я в порядке, просто оставь меня в покое. —Trato de mantener mi voz baja pero la necesidad de paz me lo impide.

Déjenme en paz. Estoy bien, déjenme tranquila.

Mis lágrimas queman en mis mejillas cuando me dirigen hacía la piedra de meditación como si fuera alguien que acaba de cometer el peor delito del mundo.

—No deberían tratarte así —opina Andreina. La persona que tolero un poco más que los demás.

Ella está a un lado, a las faldas del árbol, leyendo un libro.

—Tienen órdenes estrictas, al parecer. —Me zafo del brazo de uno de ellos y lo observo con repugnancia esperando que se vaya. —Отъебись. —murmuro.

Vete a la mierda.

—Sean órdenes o no, deben tratarte de una mejor manera. Es el trabajo y la reputación de ellos lo que está en juego, no de la otra persona.

—No quiero hablar.

—Hoy toca uno de los pasos del proceso, la desintoxicación. —Andreina ignora mi petición mientras se acomoda en la piedra a mi lado.

Por eso quiero irme de aquí. Tan solo lo hice por tres... dos días, no lo sé muy bien. Tampoco soy una adicta y me tratan como una.

—No iré. —Cierro los ojos y cruzo mis piernas. La carcajada de Andreina me exalta e inhalo profundamente

Inferno© [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora