Capitulo 32.

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Tres meses después.

Agosto del 2021.

Roma, Italia.

Hoy Giana cumple diez meses y con ello tres meses de tratamiento.

Por fin puedo dejar de esconderme en Italia como una maldita fugitiva.

Desde hace tres meses me he estado escondiendo en distintas partes de Italia. Ha sido una travesía y más cuándo tengo que estar como una madre soltera llevando a la bebé a tratamientos con la enfermera, que, gracias a todo, entiende la situación y ha viajado conmigo hasta ahora.

—Ya no hace falta nada más —dice Erika, la enfermera que ha estado tratando a Giana viéndola mientras está en el suelo balbuceando estupideces. —De ahora en adelante te tocará cuidarla por ti sola.

Cómo he estado evitando este momento.

—Puedo matarla sin querer. —Erika ríe y toma a Giana en sus brazos, esta empieza a mover sus manitos y yo suspiro.

—No las vas a matar. Te he visto y sabes muy bien cómo cuidarla. —La enfermera se levanta del suelo y me tiende a la niña.

He evitado tanto verla a la cara por mucho tiempo, he evitado tomarla en mis brazos y arrullara por el medio a ver mi pasado entre sus ojos, el pasado que sigue doliéndome, pero lo callo por no llorar.

—¿Y si se me cae? —frunzo el ceño cuando Giana se ríe y la saliva cae de su boca. —No puedo, Erika.

—Toma. —La agresividad de ella me lleva a tomarla en mis brazos. El corazón me bombea muy rápido cuando siento su calor en mi pecho y mi hombro. Es demasiado extraño para mí cargar a un bebé. —Erika...

—Llámame si necesitas algo más. —Veo como recoge sus cosas mientras me deja parada a mitad del pequeño apartamento con Giana babeándome el hombro. —¡Ciao!

—¡Erika...!

Quiero llorar, pero al parecer otra personita tiene los mismos planes.

Mientras me muevo por el pequeño salón para evitar que explote, pienso nuevamente en los Hamad, en él, para ser sincera.

No sé nada de Ayzha o de Yallah desde que la primera me dejó en el hospital, no se han comunicado, ni un mensaje, ni una paloma. Yan desapareció y Adib sigue con mis hermanas, las únicas que han mantenido conversación, pero a pesar de eso no saben absolutamente nada de lo que tengo en mis brazos haciendo pucheros sumamente babosos.

—¿En qué idioma debería de hablarte de ahora en adelante? —le pregunto cómo si me entendiera. —¿italiano?, ¿ruso? ¿Agugu gaga? —Giana sonríe y yo por reflejo lo hago también, pero me doy cuenta y me detengo. —Vamos a llevar la fiesta en paz. ¿Ok? Tu no lloras y yo no lloro, tú me hablas y yo tratare de entenderte. No sé cómo tratarte, Giana, pero haré el máximo intento por hacerlo de una mejor man...

Detengo mi conversación con la bebé que juega con mi cabello cuando empiezo a sentir la sensación de una presencia en el pequeño departamento, como si alguien estuviera en el pequeño espacio y yo desconozco de su paradero.

Saco la navaja de la cinta que siempre mantengo en mi muslo y con Giana camino hasta la única habitación que hay aparte del baño. Gracias al cielo que llevo un vestido, sino, no podría hacer esto.

—¡Ah! —el grito aparentemente emocionado de la niña me hace saltar en mi lugar y mirarla con rabia.

—No hagas eso. —Bajo la navaja cuando me doy cuenta que intenta agarrarla y sigue balbuceando. —Haz silencio.

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