CAPÍTULO (24)

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CAPÍTULO VEINTICUATRO—
CLUB DE DUELO

    Las clases de Pociones se impartían en una de las mazmorras más espaciosas. Aquella tarde de jueves, la clase se desarrollaba como siempre. Veinte calderos humeaban entre los pupitres de madera, en los que descansaban balanzas de latón y jarras con los ingredientes. Snape rondaba por entre los fuegos, haciendo comentarios envenenados sobre el trabajo de los de Gryffindor, mientras los de Slytherin se reían a cada crítica. Draco Malfoy, que era el alumno favorito de Snape, hacía burla con los ojos a Ron y Harry, que sabían que si le contestaban tardarían en ser castigados menos de lo que se tarda en decir «injusto».

A mi, la pócima infladora, me salía demasiado líquida, pero en aquel momento me preocupaban otras cosas más importante. Aguardaba una seña de Hermione, y apenas presté atención cuando Snape se detuvo a mirar con desprecio mi poción aguada. Cuando Snape se volvió y se fue a ridiculizar a Neville, Hermione captó mi mirada, y me hizo con la cabeza un gesto afirmativo.

Me agaché rápidamente y me escondí detrás del caldero, saqué de un bolsillo una de las bengalas del doctor Filibuster que tenía Fred, y le di un golpe con la varita. La bengala se puso a silbar y echar chispas. Sabiendo que sólo contaba con unos segundos, me levanté, apunté y la lancé al aire. La bengala aterrizó dentro del caldero de Goyle.

La poción de Goyle estalló, rociando a toda la clase. Los alumnos chillaban cuando los alcanzaba la pócima infladora. A Malfoy le salpicó en toda la cara, y la nariz se le empezó a hinchar como un balón; Goyle andaba a ciegas tapándose los ojos con las manos, que se le pusieron del tamaño de platos soperos, mientras Snape trataba de restablecer la calma y de entender qué había sucedido. Vi a Hermione aprovechar la confusión para salir discretamente por la puerta.

—¡Silencio! ¡SILENCIO! — gritaba Snape — Los que hayan sido salpicados por la poción, que vengan aquí para ser curados. Y cuando averigüe quién ha hecho esto... —

Harry, Ron y yo intentamos contener la risa cuando vimos a Malfoy apresurarse hacia la mesa del profesor, con la cabeza caída a causa del peso de la nariz, que había llegado a alcanzar el tamaño de un pequeño melón. Mientras la mitad de la clase se apiñaba en torno a la mesa de Snape, unos quejándose de sus brazos del tamaño de grandes garrotes, y otros sin poder hablar debido a la hinchazón de sus labios, vi que Hermione volvía a entrar en la mazmorra, con un bulto debajo de la túnica.

Cuando todo el mundo se hubo tomado un trago de antídoto y las diversas hinchazones remitieron, Snape se fue hasta el caldero de Goyle y extrajo los restos negros y retorcidos de la bengala. Se produjo un silencio repentino.

— Si averiguo quién ha arrojado esto — susurró Snape —, me aseguraré de que lo expulsen —

Sentí mi cara contraerse en una mueca que esperaba que fuera de perplejidad. Snape me miraba fijamente, y la campana que sonó al cabo de diez minutos no pudo ser mejor bienvenida.

— Sabe que fui yo — les dije a mi hermano, Ron y Hermione, mientras íbamos deprisa a los aseos de Myrtle la Llorona — Podría jurarlo —

Hermione echó al caldero los nuevos ingredientes y removió con brío — Estará lista dentro de dos semanas —dijo contenta

— Snape no tiene ninguna prueba de que hayas sido tú —me decía Ron, tratando de tranquilizarme — ¿Qué puede hacer? —

— Conociendo a Snape, algo terrible — dijo Harry, mientras la poción levantaba borbotones y espuma

Una semana más tarde, cruzaba el vestíbulo con las chicas cuando vimos a un puñado de gente que se agolpaba delante del tablón de anuncios para leer un pergamino que acababan de colgar. Seamus Finnigan y Dean Thomas les hacían señas a Ron, Hermione y Harry (que se encontraban a pocos metros de nosotras), entusiasmados.

Una Potter serpiente                                            [DRACO MALFOY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora