CAPÍTULO (43)

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CAPÍTULO CUARENTA Y TRES —
LA SAETA DE FUEGO

Estaba tan absorta en mis pensamientos que no sé ni cómo habíamos conseguido regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. En su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.

¿Por qué nadie nos había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie nos había explicado nunca que nuestros padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?

Ada, Theo, Irma y su primo, Enzo, me observaron intranquilos durante toda la cena. No les había dicho nada de lo ocurrido, ni siquiera sabían que había estado en Hogsmade, pero sabían que algo grabe me ocurría.

— Lena, ¿estás bien? — me preguntaba Irma por tercera con voz suave

No dije nada, me limité a asentir con la cabeza. Clavé la mirada en la empanada de calabaza que seguía intacta sobre mi plato, como inusual ya que es de mis comidas favoritas.

Una hora más tarde estábamos de vuelta en nuestra sala común. La mayoría de los ya presentes estaban arrebozar de alegría por las inminentes vacaciones de Navidad. Respiré hondo, evitando pagar mi RAZONABLE mal humor con quien no debía, y subí con prisa las escaleras hasta la habitación.

Eché todos los libros que tenía dentro de mi baúl a un lado y encontré lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid nos había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de nuestros padres. Me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la cama, llevé mis rodillas hasta mi pecho y abrí el álbum. Empecé a pasar las páginas con un nudo que me hacía imposible respirar como es debido.

Me detuve en una foto de la boda de mis padres. Papá saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Mamá, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de él. Y allí... aquél debía de ser. El padrino. Nunca le había prestado atención, pero ahí estaba.

Si no hubiera sabido que era la misma persona, no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿De mis padres? ¿De sus mejores amigos? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?

«Pero los dementores no le afectan...» pensé.

La rabia pasó a ser una mezcla con la tristeza. Las lágrimas empezaron a brotar sin control de mis ojos, mojando mis mejillas calientes por la alta temperatura dentro del cuarto, a pesar del frío de afuera.

Cerró de golpe el álbum cuando una lágrima mojó la foto y volví a guardarlo en el baúl. Me quité la túnica y me metí en la cama deseando que se acabará aquel maldito día...

Con las lágrimas cayendo hacía el lado en el que estaba acostada, mojando el punte de mi nariz, observando a todas las criaturas marinas que habitaban en el Lago Negro y que podía ver desde la ventana, sentí a través de las venas, como veneno, un odio que nunca había conocido.

Podía ver a Black riéndose de mí en la oscuridad. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew volara en mil pedazos. Oía (por el recuerdo de su voz el día que me lo encontré frente a frente) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo...

Una Potter serpiente                                            [DRACO MALFOY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora