CAPÍTULO (58)

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CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO —
LA INVITACIÓN

Cuando desperté, tres horas después, la cicatriz me seguía doliendo (menos, pero aún así). Harry rebuscaba en sus cajones con el pijama aún puesto. Le imité y saqué un vaquero negro corto y una jersey de canalé verde camuflaje claro, me lo habían regalado los Dursley por mi cumpleaños ya que la ropa empezaba a quedarme pequeña y no quería que usara la de Dudley (supuestamente, sería humillante que vistiera con ropa de chico); tenía el cuello abierto y se veía lo justo para que se viera el collar plata que me regaló Lupin por mi último cumpleaños (una pequeña snitch, plateada en vez de dorada). Me duché y me calcé mis Converse negras.

Cuando bajamos, los tres Dursley ya se encontraban sentados a la mesa de la cocina. Ninguno de ellos levantó la vista cuando entramos y nos sentamos. El rostro de tío Vernon, grande y colorado, estaba oculto detrás de un periódico sensacionalista, y tía Petunia cortaba en cuatro trozos un pomelo, con los labios fruncidos contra sus dientes de conejo.

Dudley parecía furioso, y daba la sensación de que ocupaba más espacio del habitual, que ya es decir, porque él siempre abarcaba un lado entero de la mesa cuadrada. Cuando tía Petunia le puso en el plato uno de los trozos de pomelo sin azúcar con un temeroso «Aquí tienes, Dudley, cariñín», él la miró ceñudo. Su vida se había vuelto bastante más desagradable desde que había llegado con el informe escolar de fin de curso.

Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían logrado encontrar disculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en que Dudley era un muchacho de gran talento incomprendido por sus profesores, en tanto que tío Vernon aseguraba que no quería «tener por hijo a uno de esos mariquitas empollones». Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento. («¡Es un niño un poco inquieto, pero no le haría daño a una mosca!», dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos.)

Pero al final del informe había unos bien medidos comentarios de la enfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieron soslayar. Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era de complexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito saludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien: el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. La enfermera del colegio había visto lo que los ojos de tía Petunia se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo, Dudley había alcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.

Y de esa manera, después de muchas rabietas y discusiones que hicieron temblar el suelo del dormitorio y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del frigorífico la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, y el frigorífico mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley y llenado en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba «comida de conejo». Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistido en que toda la familia siguiera el régimen.

Nos sirvió, tía Petunia, un trozo de pomelo (que eran mucho más pequeños que el de Dudley). Pero daba igual porque, bajo la tabla suelta del piso de arriba, escondíamos lo que podríamos catalogar como nuestra droga. Después de pasarnos el verano alimentándonos de tiras de zanahoria, habíamos enviado a Hedwig a casa de nuestros amigos pidiéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamente: Hedwig había vuelto de casa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar (los padres de Hermione eran dentistas); Hagrid, nos había enviado una bolsa llena de bollos de frutos secos hechos por él (i siquiera los había tocado: ya habíamos experimentado las dotes culinarias de Hagrid); en cuanto a la señora Weasley, nos había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas. El pobre Errol, que era viejo y débil, tardó cinco días en recuperarse del viaje. Y luego, el día de nuestro cumpleaños (que los Dursley habían pasado olímpicamente por alto), habíamos recibido cinco tartas estupendas enviadas por Ron, Hermione, Hagrid, Sirius y Lupin. Todavía nos quedaban dos, y por eso, impacientes por tomarnos un desayuno de verdad cuando volviéramos a la habitación, empezamos a comernos el pomelo sin una queja.

Una Potter serpiente                                            [DRACO MALFOY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora