Calor, mucho calor

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Mentiría si no mencionase el pequeño detalle de que estaba asustaba. Me asustaba la idea de todo aquello, de haber cometido una locura. De que, quizá, con mis venazos de persona impulsiva, me había precipitado demasiado tomando la iniciativa en mi vida de desaparecer y aterrizar en el culo del mundo con él.

Pero cada vez que pensaba en ello, ladeaba la cabeza y me encontraba a un rubio sonriente, ilusionado y feliz. Esa era la diferencia. Que pese a los contras, los pros ganaban por goleada.

Estaba feliz. Y para mí eso era algo casi nuevo.

No, no era infeliz, no estaba amargada (bueno, un poco sí). Pero tampoco era feliz. Simplemente vivía demasiado enganchada al pasado y preocupada por el futuro, cuando el presente se me escapaba de las manos delante de mis narices.

Rhys no paró de contarme lo increíble que era su vida allá, en Australia. Estaba alojado en un pisito a ras de playa. Era pequeño, a juzgar por las fotos que me enseñó. Tenía lo imrpescindible; un baño, una habitación, un salón con sofá cama, una cocina pequeña, un cuarto para la lavandería y un escritorio entre el salón y la cocina. La mejor parte del apartamento era la terraza, bastante amplia y con vistas directas al mar.

Había una parte que prometía ser la mejor, pero Rhys no quiso decírmelo hasta llegar allá. Dijo que era una sorpresa.

Sus amigos eran básicamente varios jóvenes de nuestra edad que o surfeaban o trabajaban con él. Era muy íntimo de Chloe, que, por cierto, estaba sentada un par de asientos más adelante que nosotros.

Fue a la primera que conoció en el trabajo. Ella le presentó a sus amigos, y después, con el tiempo, Rhys fue conociendo a más gente. Me contó que todas las noches se juntaban en la playa, preparaban alguna hoguera, llevaban guitarras, cervezas, música y tablas de surf.

No podía parar de pensar en lo increíbles que serían los atardeceres allá. Y también el temporal, las costumbres... nunca había ido allá, pero me dejé llevar por los comentarios tan positivos de Rhys.

—¿Qué días dices que trabajas? —Lo pregunté después de bajar de mi película mental. Él estaba apoyado en mi hombro, acurrucado. Más mono...

—Lunes, miércoles y viernes, normalmente. Nos solemos repartir los turnos entre nosotros. No son muchas horas y cobramos demasiado bien, a veces me siento mal por nuestra jefa —Sonrió como un auténtico ángel.

Suspiré y meneé la pierna algo nerviosa mientras miraba por la ventana. Estábamos a la altura de España, y no pude evitar pensar en mi viaje con Hunter a Mallorca el pasado año. El vago recuerdo que tenía de aquel viaje ya que no prestamos la atención que me habría gustado al paisaje, era bonito.

Era raro no guardarle ni un mínimo de rencor, pero también era triste saber que, probablemente, ni en treinta años podría olvidar a Hunter. Tampoco es que me apeteciese hacerlo, pero después de tanto daño provocado entre los dos, era muy contradictorio sentir algo positivo hacia él o nuestra relación.

Aterrizamos al medio día, no sabría decir a qué hora.

Di mi primera pisada en aquella tierra desconocida, y sentía que mi planta del pie era un volcán en erupción por el que paseaba. No sé cuántos grados haría, pero empecé a sudar como una cerda. Se notaba que la parejita estaba bastante más acostumbrada a esa temperatura.

Agarramos las maletas y un autobús de línea nos recogió. Chloe me echó una mirada rara. Más que a mí, a mi maleta. ¿Llevaba muy poca ropa quizá? ¿El color de mi maleta era feo?

Lo siento, querida, pero el negro siempre será el mejor color.

Rhys parecía impaciente, yo en cambio estaba muy nerviosa. No habían pasado ni cinco minutos desde que habíamos aterrizado, y ya tenía un porrón de mensajes que me negué a contestar en el momento.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora