Ella - Rhys

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Nunca había conocido una persona que era preciosa durmiendo, intentando surfear, haciendo la compra, cocinando, cansada, enfadada, feliz, conmigo.

Después de una mañana llena de mimos, abrazos, promesas que quizá nunca llegarían a cumplirse y besos eternos, nos vestimos y cogimos el coche para ir a casa de mi amigo Sean, que vivía a una hora de mi ciudad.

Sean era como mi mejor amigo en Australia, además de compañero de equipo de hockey. Cuando llegué al país, fue el que me lo enseñó absolutamente todo.

Ella estaba muy nerviosa. Decía que le preocupaba no caerle bien, porque en cuanto le dije que era mi persona de confianza allí, se volvió loca.

Dijo que si ya lo había pasado mal intentando socializar con Coop, Noah, Chloe y Monti, que ni se imaginaba el ridículo que haría con Sean, su mujer y su hija nada más llegar a su casa.

Y mientras se escandalizaba, a parte de caérseme la baba escuchándola, también lo hacía al ver cómo apoyaba su mano en la palanca de cambios, justo encima de la mía.

—¿Cómo habías dicho que se llamaba su hija?

—Charlotte.

—Charlotte, Charlotte, Charlotte...

Aparté mi mano de la palanca un segundo, y puse la suya bajo la mía. La pobre me miró aterrada, como si mi amigo fuese un jodido monstruo y ella su aperitivo. No pude evitar sonreír.

—Estás muy guapa, ¿Sabes?

—Rhys, creo que voy a echar la pela en cuanto lleguemos a su casa —Confesó en voz baja, y solté tal carcajada que apartó su mano rápidamente y me pegó un puñetazo en el brazo bien merecido. —¡No te rías e intenta calmarme un poco! —Me gritó roja como un tomate.

Volví a apoyar su mano en la palanca, pero la apartó.

Le di dos segundos para que la volviese a apoyar por voluntad propia, pero para el primero ya estaba ahí, pegada a la mía, y ella con una cara de querer matarme al final acabó cantando Angeleyes a pleno pulmón creyendo que había salido de casualidad en la radio.

Claro que, lo que nunca hubiese imaginado es que en cuanto el día de su cumpleaños vi lo que disfrutó la canción que puso Archie en su entrada magistral en el bar y después me dijera Ola lo mucho que le gustaba Abba, metí en el coche los grandes hits del grupo. O al menos eso ponía en internet.

—Me encanta esta canción —Dijo con la voz ronca después de darme un concierto privado.

Y ya estaba sonriente de nuevo.

No voy a mentir, yo también estaba nervioso por ir a casa de Sean. No sé por qué era como si fuese a presentarle a mis padres. Cuando conoció a mi madre, pensé que me iría a dar un infarto en el mismo hospital. Y ya cuando las vi hablando... puf. Creo que fue el día en el que me di cuenta de que estaba totalmente enamorado de ella, pero las cosas no es que salieran bien que se diga.

Media hora después, ya estábamos en Byron Bay.

Sean vivía en un chalet al lado de su imperio hotelero. No, no era ningún cincuentón con tripa cervecera y la vida hecha, tan solo tenía tres años más que yo, veintisiete, y ese mismo año en enero fue padre de la criatura más preciosa del mundo.

La empresa es heredada de su padre, un tío con mucha pasta que no pasaba ni un minuto al lado de su familia y estaba forrándose el bolsillo en Dubái o algún sitio del estilo.

El hotel era un conjunto de villas a ras de playa que normalmente reservaban los surfistas. Su casa era una villa parecida a las del hotel pero algo más grande.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora