Él

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Ella. 

Ella podía significar muchas cosas. Ella... se referiría a que simplemente estaba conmigo allá, ¿No? Ella. Pues que yo fui la pesada que le amargó esos tres días con tantos celos o malentendidos. Ella... Joder. ¿Ella qué? 

Él.

Él estaba conduciendo. Con sus gafas de sol que al pobre le confisqué y las utilicé de diadema para el pelo. Él estaba concentrado en la carretera mientras ponía la radio.

Volvió a salir una canción de Abba.

Eso me dio que pensar... 

La casa de mi tía Darcy. Ni siquiera iba a venderla. Por lo que me contó, le daba mucho duelo vendérsela a extraños. Se la ofreció a toda la familia de mi padre, pero claramente ninguno quiso hacerse cargo.

Y yo me puse a fantasear, como siempre. Una casa en Grecia... grande, con mucho trabajo por delante y estancia gratis. Un muelle a cuatro pasos de la casa, una playa de ensueño y... ¿Él?

Supe desde el primer momento en el que fantaseé con esa posible vida que Rhys no querría ir. Él estaba a gusto en Australia, y no creía que quisiera cambiar una playa por otra. Y ya cuando volviese a Minnesota volvería a jugar a hockey o buscaría un trabajo estable.

Pero a mí me apetecía. No vivir allá, pero terminar el verano... o aunque sea una semana. No sé, lo veía como el plan perfecto.

Cuando acabó la canción, rápidamente cambió de emisora.

Y al hacerlo, obviamente aproveché para mirar su mano. Sus brazos. Sus venas. Sus lunares...

Le cogí el gusto a meter la mano en la palanca de cambios, debajo de la suya. Claro que, mi mano en comparación con la suya era enana, así que cuando tenía que cambiar de marcha, la abarcaba entera.

Ese día me acuerdo que iba muy guapo. No. Guapísimo. Llevaba un polo negro, y yo no le había visto nunca con polo. Me sentí un poco informal a su lado, la verdad, así que estuve todo el día preocupada por qué pensarían de mí al ir así vestida.

Esa noche me dijo que, si no estaba muy cansada, nuestro día no había terminado. Le pedí por favor que me dejase ir a su apartamento para cambiarme de compresa.

No estaba con la regla ni tenía compresas en la maleta. Quería... Necesitaba* cambiarme de ropa.

Subí a todo meter, abrí la maleta de par en par y empecé a rebuscar entre mi ropa. Me metí un conjunto específico que me gustaba mucho. Era un vestido negro de tirantes, donde en la parte del pecho la tela se cruzaba y tenía la espalda bastante descubierta. También me ponía un cinturón ancho que me compré en Mallorca que me ajustaba la cintura y me gustaba mucho el resultado.

Casi chillé cuando me vi en el espejo, estaba quemada, despeinada y fea. Muy fea.

Me lavé la cara, me eché crema hidratante (mucha) y bastante corrector. También máscara de pestañas. Iba a irme, pero... me senté tentada (mucho) por hacerme un delineado en dos minutos. Dos... que se convirtieron en diez. Y colonia, mucha colonia.

Bajé risueña y con el corazón un poco a mil. Ese vestido me encantaba, era ajustado por arriba y de cadera para abajo suelto, como de una tela elástica. Lo malo es que yo tenía bastante pecho, tampoco muchísimo, pero a la nada que diese dos saltos o me descuidara... se me verían todas las tetas y el sujetador.

Y la verdad es que no me apetecía.

Cuando me monté en el coche, Rhys olfateó como un perro y se giró atónito.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora