Dios griego (+18)

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(Sex on fire- Kings of Leon)

La cena estuvo exquisita. Una ensalada con millones de frutas que la mayoría desconocía. Incluso había más fruta que lechuga.

La pasta estaba estupenda, se notaba que era un buen italiano. Rhys me contó que siempre que le entraba la modorra de comida italiana cogía el coche y tardaba veinte minutos en saciar su sed de pura Italia.

Por no hablar de los helados que nos comimos de postre. El mío era de avellanas, mi favorito. Estaba riquísimo. El suyo era bastante típico, de chocolate con virutas.

Acabamos con la boca manchada de puro azúcar.

Cuando terminamos, me propuso hacer una ruta. Yo lo miré con interés; consistía en bajar con el coche a la playa que vimos esa misma mañana yendo hacia la ciudad cuando salimos del aeropuerto. Una de las playas más bonitas de Australia.

Obviamente dije que sí, que me encantaría.

Y eso es lo que hicimos, conducir a las once de la noche con la música a tope. Sonaba Sex on Fire, de Kings o Leon. Al principio me daba vergüenza cantarla, me la sabía de memoria. Cuando Rhys se animó a hacerlo, al final acabé cantándola a pleno pulmón.

Hacía una noche estupenda. No hacía el calor pegajoso de la tarde, incluso se estaba fresquito. El cielo seguía despejado con una de sus mejores lunas, una llena. Parecía que nos guiaba durante todo el trayecto.

Después de nuestro carpool karaoke, llegamos por fin a esa playa. Bajamos unas escaleras de madera que conducían a la arena, y estaba completamente vacía.

No había nadie, ni siquiera una gaviota.

El ruido de las olas con silencio de fondo al principio incluso me asustó. Llevaba un año con tanto ruido en mi cabeza que ni siquiera pude disfrutar esa paz desde el principio. Pronto, se volvió más cómodo.

Rhys me miró y yo me quedé boquiabierta. La playa era preciosa.

La luna se encontraba justo en mitad del cielo, y se reflejaba en el agua del mar. Las olas estaban tranquilas, pero tiraban con fuerza para llegar a la orilla. Los acantilados a cada lado, cubiertos de una verde oscuro. La hierba bailaba despacio con el poco viento que movía, y decoraba a la perfección aquel escenario. El agua, cristalina, te incitaba a tirarte a ella y no salir nunca.

Rhys dejó un bolso con toallas, el vino y demás cosas en cualquier parte de la playa; pues toda era nuestra aquella noche.

Lo bueno de aquel sitio es que no había nada ni nadie alrededor. Ni casas, ni bares... nada. Solo nosotros.

Paseamos un rato por la orilla, mojándonos los pies.

Aquel momento me pareció de película. De necesitar enmarcarlo de por vida.

—¡Espera! —Le supliqué. Puso una mueca rara y yo me eché a correr hacia nuestras cosas.

Cuando llegué a él de nuevo, lo sonreí como un angelito.

—¿Ya empezamos? —Rodó los ojos y resopló.

—¿Cómo puedes pedirme que no haga ni una foto a todos los sitios a los que me llevas? Rhys, estamos en Australia. ¡Esto parece el cielo!

Resopló un par de veces si no fueron tres.

Al principio saqué fotos al lugar,  la luz de la luna ambientaba desde la cámara del móvil un tono parecido al de Crepúsculo, como si llevase una lente verde azulada.

También saqué muchas al mar, por supuesto. Y a la luna, a mi querida luna, aunque ninguna foto desde el móvil le pudo hacer justicia.

Al principio me miraba con las cejas fruncidas, como si le costara un mundo hacerme el favor de esperar a que terminara. Pero cuando terminé y me giré, me miraba con una sonrisa muy tierna.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora