Viejo amigo

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La casa seguía igual que siempre. Desordenada, con mil cachivaches y con su despacho lleno de papeleo, informes, carpetas e hilo rojo por todos los lados.

En cuanto vi aquel hilo rojo me vino una oleada de recuerdos a la memoria. Siempre que tenía casos que resolver, me volvía loca. En su despacho, tiene un corcho que ocupa toda una pared, y mi padre siempre ha tenido la costumbre de utilizar hilo rojo para cada uno de sus casos.

Subimos a mi habitación, y él dejó la maleta en la sillita donde hace seis años cabía mi culo perfectamente. En ese momento, con diecinueve años, dudé mucho que no fuese a romperla si intentaba sentarme.

Todo seguía tal cual estaba la última vez que pisé esta habitación. La pared pintada de un verde pistacho bastante claro, con mis pósteres de One Direction, 5 Seconds Of Summer y Lana del Rey.

También seguía mi super colcha rosa con flores de todos los colores, que era verla y sentir la necesidad de salir de mi habitación corriendo lo antes posible. Oh, y cómo dejar mi lámpara de lava, esas que se llevaban tanto hace varios años.

—Si quieres, podemos cambiarla —Comentó mi padre ojeando toda la habitación.

—Claro —Asentí. En realidad, me daba mucha pena cambiar la que había sido mi habitación. Mi refugio ante la vida. Dios, la adoraba. —Aunque tampoco tengo prisa —Una pequeña chispa se produjo en su mirada, junto con media sonrisa.

Cerró la puerta y me dejó instalarme. Antes de deshacer mi maleta y dejar todo como una leonera, no me pude contener y fui directa a mi escondite secreto.

Debajo de la cama había una viga de madera suelta, y es ahí donde escondía todos mis diarios secretos. Hurgué en ella y no saqué uno, sino tres.

Ya tenía entretenimiento para esa tarde.

Mi padre tenía que ir a trabajar, así que me molesté en hacer la cena, ya que sus horarios varían mucho. Es un hombre que, a pesar de que su turno acabe a las seis de la tarde, él siempre se quedaba un par de horas más, si no eran tres.

Tampoco era una experta en la cocina, pero sabía hacer lo básico. Pasta, pechugas de pollo... pero sabía que la pasta no le hacía demasiada gracia, así que me esforcé en ir al supermercado más cercano para comprar... en realidad no sabía el qué, tendría que improvisar.

Cruzarme con mis vecinos fue igual que hablar con la pared; nadie me respondía.

Me sentó como una patada en el culo, la verdad. A ver, que no eran mis mejores amigos, pero Kate era muy amiga de mi madre y siempre que podía intentaba hacerme mil peinados. A parte de vecina, también era peluquera. Con la cantidad de pelo que tenía me venía de maravilla que pasase a tomar el café todas las tardes con mi madre.

El caso es que me la crucé y la saludé. Ella me puso una cara rara como "¿Y tú quién eres?", así que decidí pasar a saludarla más tarde.

Cómo echaba de menos este ambiente. Calles que con los ojos cerrados podría recorrer perfectamente.

No dejaba de preguntarme qué sería de Drew. Dónde estaría, si al fin tendría novia, si seguiría intentando jugar a rugby, si seguiría leyendo aquellos cómics de nuestra infancia... si seguiría aquí.

Llegué al supermercado y compré un popurrí de cosas; pimientos, cebolla, muslos de pollo... ¿Que qué iba a hacer? Ni la más remota idea. Pero oye, más vale que sobre a que falte.

También compré una botella de vino blanco, porque mi madre siempre que hacía recetas echaba un chorro y le daba un gusto que no veas. Pero eso siempre implicaba sacar mi carnet de conducir porque parecía ser que no aparentaba tener la edad que tenía.

ARDENT © [#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora