Epílogo

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7 años después.

Amaba ese momento. Justo ese, cuando la cálida luz del sol se volvía casi anaranjada. Los cultivos se veían más verdes, las motas moradas que se llegaban a visualizar en alguna de esas le daba todo el lugar un toque parisino.

La calma, el sol, la tranquilidad. El cielo comenzaba a teñirse con rayones de nubes rosadas y naranjas, como si Dios hubiera tomado un pincel y creado una linea con el puro movimiento suave de su muñeca.

El sonido de solo un par de pájaros, y el campo totalmente en paz. El viñedo había resultado ser un escape, un método de relajación, una forma de inspiración. Podía estar horas enteras frente a la ventana, observando el modo en que el suave viento empujaba a las plantas a moverse con sincronía. Sin embargo, sonreí, ahora tenía muchas más cosas por hacer.

A mi espalda, el sonido de unos casquetes comenzaron creciendo. Miré sobre mi hombro, y vi una mancha blanca a lo lejos, galopando directo hacia la casa.

Dejé la sinopsis que me había dedicado a leer aquella tarde sobre la mesa de centro de exterior en la terraza, y observé cómo el caballo blanco venía acercándose más y más, hasta tener una forma entendible. Mirando hacia la parte trasera de la casa, observé como la alberca en la que había nadado cuando niña seguía teniendo exactamente la misma estructura, y el agua reposaba de manera tranquila, sin perturbaciones.

Cuando volví a mirar, el caballo comenzaba a trotar más lento. Comenzó a detenerse cuando llegaron a la altura de la alberca, pero a al menos veinte metros de distancia.

— No te muevas —dijo Max, antes de comenzar a ladearse para bajar ágilmente. Llevaba un pantalón color caqui, y una caseta blanca. Los dos botones superiores estaban abiertos, dejando entrever el inicio de su pecho.

Cuando llegó a tierra firme, estiró sus brazos otra vez hacia la parte posterior de la cabeza de "Uva", el nombre del caballo. Un par de bracitos pequeños se abrazaron a él, y después Max tenía a Cassandra colgando de su cuello.

La pequeña niña de tres años y medio se veía despeinada. Su cabello rizado y oscuro —que Daniel presumía, lo había sacado de él— se veía totalmente enredado, sin embargo, parecía que ella ni siquiera lo notaba: sus ojos color verde brillaban por la emoción que le causaba montar a Uva casi todas las tardes. Ella no era una niña de vestidos: me pedía pantalones o shorts para poder montar a los caballos, en especial, amaba montar al pequeño hijo de Uva, a quien Max elocuentemente había bautizado como "Pimienta II".

Thomas, uno de los encargados de cuidar a los caballos, se acercó a Max, saludándolo. A aquella distancia, tan solo pude distinguir una breve conversación que posiblemente iba desde un "Llevaré a Uva al establo" y Max terminaba por agradecerle.

Miró hacia la casa, e identifiqué cuando sus ojos se cruzaron con los míos. Sonrió de oreja a oreja, y sin dejar de mirarme señaló a la casa, para que Cassandra me viera. La niña elevó su mano en alto y comenzó a agitarla con emoción, mientras que Max caminaba con ella en brazos hacia la terraza del primer piso.

Cuando estuvieron más cerca, Cassy comenzó a querer safarse de sus brazos. Max la dejó en tierra firme, y ella salió disparada hacia los escalones que rodeaban todo el perímetro de la casa.

— ¡Mami! ¿Me viste? ¿Viste qué rápido iba Uvita?

Cuando Cassandra llegó por fin a la terraza, se lanzó inmediatamente a mis brazos. La tomé dentro de mi pecho y besé su cabello, despeinado por el viento chocando contra su rostro.

— ¡Si lo vi! ¡Iban muy rápido! —contesté con la misma emoción que ella.

Cassy me soltó, y fue directamente hacia adentro, sin ni siquiera mirar hacia nosotros. Me enderecé, encontrandome a Max frente a mí. Una fina capa de sudor cubría su rostro, pero ya iba limpiándolo con su pañuelo.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora