Capitulo 77 - Los cuatro presuntos culpables

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Reivindicar mis acciones era imposible, por lo que lo más certero era empezar a olvidar. Olvidar aquella mágica noche en la que amé por pura pasión e instinto y que me dejé envolver por la fina tela de la oscuridad, cegandome ante la lucidez del problema: lo mío con Max parecía un juego macabro de nunca acabar. Enamorada, ilusionada, despedazada y rota, cuatro adjetivos que cuadraban correctamente con el reflejo de mi rostro en el espejo.

Me encontraba sola en la habitación del hotel; Lucy tenía unas inmensas ganas de ir a comprar chucherías y de quedarse en cama todo el día viendo películas. Yo me sentía igual. Suponía que era el hecho de que nuestra moral estaba por los suelos tras la noche anterior, pero jamás hubiera imaginado que fuera Lucy la que sugiriera la idea de quedarse en el hotel todo el día, pero una vez que sus palabras salieron de sus labios, yo me aferré a ese plan, por si acaso ella decidía declinar.

No lo hizo; a eso de las 12 del medio día, decidió ir a comprar chucherías y dulces a un mini-supermercado que había descubierto a unas cuantas cuadras del hotel.

Había acomodado las colchas, y sacado aún más cobertores del armario; junté todas las almohadas, y creé un atractivo y visiblemente cómodo lugar donde recostarnos todo el día, comer hasta vomitar y ver la lluvia caer desde la cama.

Teníamos varias películas programadas; nada de romance. Desde una tercera persona, hubiera sido cómico ver cómo Lucy y yo evitábamos a toda costa los títulos románticos, y cómo prácticamente dejábamos caer la caja de la película cuando la tomábamos y descubríamos que había "amor" en la trama. La idea de una película de aliens, una de un asesino y otra de una niña fantasma nos resultó mucho más atractiva.

El sonido del golpeteo en la puerta me hizo ladear la cabeza. ¿Sería Lucy? fruncí el ceño; tal vez había olvidado su llave.

Me levanté de la cama donde reposaba tranquilamente, y abrí la puerta sin esperar a fijarme primero por la rendija en la puerta, y casi me voy de espaldas cuando lo veo.

Se veía pulcro, y tenía cierto rubor en sus mejillas. ¿Daniel se estaba sonrojando?

— Daniel —solté en voz aguda, efecto de la sorpresa—. ¿Qu-é estás haciendo aquí?

"No tartamudees; pareces idiota".

— ¿Está Lucy? — Alzó ambas cejas.

Ahí, mientras él se quedaba de pie fuera de la habitación, noté lo guapo que era Daniel. Sentí empatía con Lucy; ¿cómo no haber caído ante la tentación? Daniel era un encanto. Sus ojos eran grandes, firmes y sus largas pestañas rebosaban y enmarcaban su mirada. Tenía una espalda ancha, y su pelo era una verdadera encrucijada: hasta yo sentía las ganas de meter mis manos entre él y jalar un rulo.

Max y Daniel eran como el agua y el aceite, solamente compartían el rasgo del sentido del humor y como raramente eso los complementaba. Eso si: ambos eran guapísimos. Los mejores amigos tenían cierto encanto engatusador.

— Salió a comprar un par de cosas —me crucé de brazos—. Hmm... ¿quieres?

— La esperaré; tengo que hablar con ella —aparté la mirada, y el carraspeó la garganta—. ¿Podría pasar?

— ¿Daniel?

Mierda.

Si hubiera esperado la interrupción de una tercera voz, no me hubiera sorprendido si hubiera sido de alguna mucama que pasaba por el pasillo, o si queremos pasar a lo malo, de Lucy. Pero esa voz era una voz que reconocería hasta estando sorda, por el simple vibrar de los labios al pronunciar las palabras.

En cuando mis ojos vieron a Max, sentí que mi estómago vibró, incómodo. Se mantenía a un costado de la puerta, mirando a Daniel con el ceño entrefruncido, y después sus ojos brincaban de Daniel hacia mi una y otra vez.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora