Capitulo 60 - Sensor de paz

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Mis dedos de las manos estaban engarrotados, y no contenía mi respiración. Max pasó su mano por mi espalda un par de veces, mientras que yo miraba nerviosamente hacia todas direcciones posibles, observando a la gente caminar con rumbo fijo hacia la sala de espera, o tal vez por una hamburguesa a la isla de McDonald's en el tercer piso.

— Te repito, no es necesario que vengas. — hasta a mi me había sorprendido la falta de voz y fuerza que tuvieron mis palabras, casi como si yo fuera la que estaba enferma. Me estaba muriendo de ansiedad, nervios y miedo.

— Si lo es. — susurró el, de un modo un poco mas fuerte pero igual de débil.

Cuando corté la llamada aún en la fiesta de la boda, Max tomó el teléfono y consiguió los primeros boletos hacia Italia que habían. Solo existía un problema: Obviamente no habían vuelos directos hacia Conelly o Fonseca, así que tendríamos que abordar en Venecia para después tomar otro avión hacia Conelly, y conseguir un taxi o alguien que nos llevase a Nove. ¿Por qué de repente todo el universo parece ponerse en tu contra? El vuelo estaba a tres horas de distancia de nosotros, ¡Tres horas! Me iba a volver loca. Pero si, gracias al cielo tenía a Max, a quien aunque le decía que no lo necesitaba, y que debía de quedarse en la boda de su hermana, insistía en acompañarme. No sabía que hubiera hecho sin su brazo en mi hombro consolándome en ese momento.

Lo bueno de Max es su sensatez en tiempos de angustia: le vio el lado bueno a que el avión saliera en tres horas; podría hacer mis maletas rápidamente, cambiarme con un pants y una blusa ligera para no tener que llegar con vestido de gala al avión, y podría tomar un café o algo para calmar los nervios.

No quería café, quería llegar a Italia.

Max llegó con dos cafés americanos y dos panecillos de canela. No pude comer; mi estomago estaba lleno de mariposas de fuego que quemaban todo mi interior y mi garganta abarrotada de púas y agujas que me lastimaban cada vez que tragaba.

— Haz un intento — prosiguió Max —, por favor Elizabeth. — no lo miré, simplemente me quedé quieta, esperando a que el maravilloso sonido de "Vuelo 435" sonara por todo el aeropuerto haciéndome saltar de la silla.

Y cuando lo escuché, literalmente salté y corrí hacia el andén.

Ese fue, sin mucho esfuerzo en recordar otras malas experiencias, el peor viaje de toda mi vida. No concilié el sueño en ningún momento del trayecto, y mientras más eran mis ganas de llegar, mas parecía la vida en quererme retener. Un retraso en la salida del vuelo 435 en Londres, luego en Venecia un retraso de 10 minutos del avión, y para terminar de arruinar el viaje, estando ya en Conelly no conseguíamos un camión para irnos a Nove hasta dos horas mas tarde.

Las peores dos horas de mi vida.

Pero cuando por fin comencé a ver las afueras de Nove, mi corazón bombardeaba al mil por hora. No era una sensación agradable, no era la misma sensación que me daba cuando iba de vacaciones y me preguntaba cómo es que mis abuelos me iban a recibir para aquél viaje, era una sensación de total vacío. Solamente rogaba por llegar rápidamente al hospital y poder tomar la mano de mi abuelo.

Oh Dios... era como si aún no lo captara, como si aún no entendiera lo que las palabras de Ronny al teléfono me habían dicho: Mi abuelo estaba en su recta final, estaba delicado... mi abuelo se me iba de las manos. Ese hombre era como mi segundo padre, quizás mas padre que el primero. Perderlo sería sin duda, uno de los momentos mas dolorosos de mi vida.

En ese instante, me di cuenta de lo insignificante que somos. Miré por la ventana del taxi que nos llevaba hacia el hospital — sin preocuparnos a dejar las maletas en la casa — y descubrí nerviosa los arboles pasando junto a mí. ¿Qué hora era? Ni siquiera sabía; me encontraba tan mareada por tantos viajes y cambios de horario que no estaba muy segura de cuanto tiempo había pasado. Miré hacia el frente, y descubrí en el tablero del taxi la hora: 5:45 a.m. ¡Mierda! ¿De qué día? ¿Cuánto tiempo llevaba sin dormir? Resentí eso en mis dedos de las manos, así que los estiré y troné cada uno con la otra mano.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora