Capitulo 80 - Un ramo de lilas

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Mis piernas temblaban conforme cruzaba lo que parecía ser aquel interminable pasillo. Mi corazón latía lento, pausada y pesadamente, y sentía mi mente a punto de estallar.

Aquello era demasiado.

¿Cuándo se había vuelto mi vida un drama? ¿Una novela donde se dan miles y miles de vueltas antes de llegar al verdadero climax?

Continué caminando; tenía que salir de ahí, y rápido.

Iría a casa, tenía que alejarme de Bélgica. Toda aquella mierda era demasiado grande, demasiado dolorosa. Jamás me hubiera catalogado a mí misma como una masoquista, pero el color de sus ojos me delataba: eran tan bellos que hasta dolía, pero no podía dejar de mirarlos, por más que me matara.

Me sentía tan diminuta, que muy apenas podía percatarme de cómo las enfermeras caminaban a mi lado, para después perderse al abrir una puerta o simplemente desaparecer por algún pasillo intercalado.

Tenía que ir al hotel, dormir y no despertarme hasta el día de vuelta a Boston. No podía seguir ahí, no...

— ¿Ely? —cerré los ojos; supe que su voz la reconocería hasta muerta—. ¡Ahí estás! Te había estado buscando...

Cuando giré, me encontré con mi mayor razón de felicidad, y al mismo tiempo la mayor causa de mis tristezas.

No podía verlo; aparté el rostro. Estaba cansada, harta de todo; mi vida era un drama y no me gustaba como estaba llevando las riendas. No me gustaba la idea de no poder dormir tranquila por las noches, mientras que pensaba en las tonterías que hacía.

Por un momento, hasta deseé nunca haber viajado a Italia el verano pasado, nunca haber conocido a Max. Como yo misma le había dicho: La idea de no encontrar el amor no optimizaba mi vida, pero hubiera soportado mucho más el dolor de la soledad, al dolor del corazón roto que Max tiene la manía de halar a las costuras para deshacerlo otra vez.

Entonces, cuando el me sonrió y se acercó a mí, solamente lo supe: No quería volver con él. Ni aunque todo desapareciera, no lo haría.

Me había prometido muchas cosas, promesas que con el paso de los años había roto. Pero algo que sabía que no me convenía romper, era la idea de pisar dos veces la misma piedra. Ya sabía el resultado, ya sabía las consecuencias de dejarme llevar por el amor; sería muy tonto de mi parte volver a caer en la incapacidad de pensar claramente, cuando en lugar de dar un paso, tengo la opción de retroceder dos.

Necesitaba irme de Bélgica.

— Feliz año nuevo —sonrió Max, inseguro de sus movimientos. Mantenía las manos a sus costados, y por un momento las movió con ademán de elevarlas al encuentro de un abrazo, pero en su lugar las regreso a su sitio, incómodo. Yo solamente me quedé quieta, para después, mirar hacia el suelo.

— ¿Dónde estabas?

— En el baño —contesté rápidamente—. Necesitaba remojarme la cara.

— Oh.

Silencio.

Max me miró, y yo a él. Simplemente nos miramos.

Algún día lo miraría, y ya no sentiría nada. En verdad...nada.

— Gracias —musitó él, tomándome en curva aguda—. Creo que abriste mis ojos con todo lo que dijiste, Ely.

— Alguien tenía que hacerlo.

Contesté, más segura de lo que realmente estaba.

Max asintió pensativo, y después me miró a través de sus largas pestañas. Sus ojos tenían un brillo pulcro, casi mágico, y su rostro se veía inmaculado. ¿Cómo alguien podía ser tan guapo? Con su belleza me cortaba la respiración.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora