Capitulo 70 - El diario rosa

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Mi almohada no me consoló aquella noche; por más que intentaba pensar, solamente conseguía suspiros y pensamientos vacíos llenos de predicciones y miedos.

El viaje a Bélgica era un regalo para Lucy de parte de su abuela materna, una adinerada mujer que vivía en Checoslovaca y que de cumpleaños número veinte, a todos sus nietos les regalaba un viaje con todos los gastos pagados. Según Lucy su abuela era un encanto de mujer, pero por alguna razón ella y su madre no se llevaban necesariamente bien. Sin embargo, esto no impidió nunca que la abuela rica les regalara sus viajes a Beijing, New York y Moscú a los tres hermanos mayores de Lucy cuando llegaron a sus dos décadas; ella por supuesto no podía ser la excepción.

Así que ahí estaba yo, debatiendo sobre lo que debía de hacer, lo que quería hacer, y lo que definitivamente quería evadir.

Me senté en la cama, y avisté de reojo mi reflejo en el espejo del tocador. Mi cabello despeinado enmarcaba mi cara, sobresalía la gran maraña castaña que tenía enredada gracias a todas las vueltas que había dado en la cama aquella noche. No me molesté en mirar hacia el reloj, pero estaba oscuro. Supe que no era de día aún, más bien madrugada, y supe también que si no me volvía a recostar e intentaba dormir, aquellos pocos rastros de sueño se me escabullirían como ratones perseguidos por un gato.

Llevé ambas manos abiertas hasta mi cara, y solté una gran bocanada de aire. Mis labios estaban resecos, y mi garganta me dolía, quizás del dolor ese que se siente cuando presientes que algo saldrá mal.

Observé sobre el rimero que tenía en mi escritorio, la caja de regalo roja que Lucy había envuelto con papel celofán. Sobre la caja cerrada debidamente, estaba el regalo que Lucille había catalogado como <<excelente>>.

— Es un diario —había dicho ella sonriendo, con la vista clavada en el cuaderno rosa mientras que con las yemas de los dedos acariciaba la portada—. Quiero que aquí escribas todas nuestras aventuras, tus sueños y tus más grandes anhelos, y que los conviertas realidad poco a poco —elevó apenas sus ojos, me sonrió y me entregó el cuaderno que sostenía casi como a un tesoro—. Nuestras historias serán leyenda algún día.

Quizás tenía razón, o quizás subestimaba mí tan aburrida y monótona vida. Estaba bastante segura de que una vida que incluía "Levantarse, un baño, desayunar, Universidad, Café Starbucks, Volver a casa, hacer tareas y dormir" 24/5 (entre semana) no era bastante interesante, mucho menos cuando el 24/2 faltante (el fin de semana) era algo como "Leer, Leer, Leer, Café, escribir, Tareas, Leer". Sospechaba que ese tipo de leyendas no eran muy vendibles.

Pero el rostro de ilusión de Lucy me hacía sentir que aquel cuaderno con la pasta tejida en hilos de diferentes tonalidades de rosa era especial. Podía comprar uno de esos cuadernos quizás en Target, Dillars, o hasta Walmart, pero por alguna extraña razón ese se sentía único. Quizás por qué me lo había dado una amiga que creía en mí, y que creía en los fantasmas que me atosigaban día y noche. Lucy creía en mí, y creía en que yo realmente algún día podría escribir algo que convirtiera mi nombre en inmortal. De algún modo, el que ella lo hiciera me hacía pensar que quizás tenía razón.

Fuese como fuese, aquella fría madrugada de Navidad sentía que mi pecho se inflaba con dificultad. El nerviosismo era la sensación reinante en aquella habitación seis por seis, y el insomnio me empezaba a asechar. No me apetecía pensar, pero tampoco podía no hacerlo; tenía que contestarle a Lucy.

Sería muy egoísta de mi parte no acompañarla cuando ella lo quería, y también lo sería el hecho de arruinar su tan deseado viaje a Bélgica para que cambiara el destino. Lucy siempre había querido conocer esa ciudad; según dijo era su sueño desde chica.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora