Capítulo 08 - Mi primer amor

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Me desperté lentamente, abriendo los ojos con total gentileza. Inmediatamente al abrirlos, vi a Max entrando a la habitación. Me oculté bajo la almohada, con la esperanza de que mi abuela no haya hecho el desayuno temprano. Él llegó, y retiró unas cosas de la mesa de noche.

-¿Qué estás haciendo aquí? - pregunté con la voz ronca. Él sonrió.

-Vine a cambiarme

-¿Para qué vienes a mi habitación para eso? - pregunté confundida

-No Ely, tú estas en mi habitación - me levanté recargándome totalmente en mis brazos, mirando hacia la ventana, sin encontrarme las enredaderas con rosas que usualmente veían. "Trágame tierra..." pensé con vergüenza-

-¿Por qué estoy aquí? - salí lentamente de las colchas, y me senté al borde de la cama. El movió la mecedora hacia una esquina de la habitación, y tomó la charola con el trapo empapado de agua ahora casi derretida dentro.

-Anoche te quedaste dormida en la silla. Me desperté temprano y te vi... Me levanté y te moví a la cama, para que descansaras. - él suspiró y limpió con un trapo seco la mesa quitándole el agua derramada.

Solté un bostezo, mientras miraba a la hora; eran las 8:15 de la mañana, y el sol estaba más que puesto en el amanecer, despertando conmigo.

-¿Mi abuela?

-Abajo, preparando el desayuno. - contestó mientras desaparecían por la puerta, para después dejarme sola.

Los recuerdos de aquella noche eran borrosos y casi nulos. Era plena madrugada, y tenía todos los sentidos apagados, por lo que quizás había dicho una que otra estupidez, como por ejemplo, haberle pedido ayuda a Max no hubiera estado jamás en mi plan, a menos de que hubiéramos estado en las circunstancias en las que anoche nos encontrábamos: Los dos adormilados, y diciendo tonterías.

Salí de la habitación a paso lento, y bajé las escaleras del mismo modo. Mi abuela preparaba animadamente el desayuno, mientras Max reía por alguna clase de chiste que mi abuelo había dicho antes de que yo llegara al umbral de la puerta. Me recargué con el hombro en el margen de madera, y miré la escena de mi abuelo y Max atacados de la risa. Sonreí complicadamente.

-¡Oh! ¡Buenos días Unicornio! - dijo mi abuelo, recordándome aquella etapa de mi niñez, en la que lo único que veía, pensaba, y respiraba, era unicornios. Eché unas carcajadas antes de dar cualquier paso. Mi abuela río del mismo modo, mientras que Max leía detenidamente algo en el periódico Inglés, el cual le llegaba a mi abuelo por correspondencia cada semana, con los detalles exactos de los acontecimientos sobresalientes del Reino Unido.

-¡Ulises! Pobrecita, ¡La abochornaras! - dijo entre risas mi abuela.

-Nina, ese es mi trabajo como abuelo. - dijo regalándome una enorme y tierna sonrisa. Me acerqué a él, y me abrazó por la cintura sin haberse parado de la silla. Me agaché y me dio un dulce beso en la frente. Max Sonrió.

-¡Qué bueno que despiertas! - prosiguió mi abuela. - ¿Acompañarías a Max a la florería por unas cosas que dejé olvidadas? Aún no sabe cómo llegar, pero necesito de su fuerza para cargarlas desde allá. - yo bufé. "Creo que hasta yo podría tener más fuerza que Max... No me subestimen". El castaño se sintió alagado por los comentarios de mi abuela, pero de igual manera no se inmutó.

-Claro. - contesté con una falsa sonrisa. "Si yo lo único que quería era desayunar..."

Max se levantó de la mesa, y yo salí del comedor. Él me siguió por detrás, y ambos salimos de la casa, escuchando las toscas risas de mi abuela.

El sol emanaba una tenue Luz desde el horizonte, que aparentemente no dañaría ni a una mosca. Caminamos por en silencio neutral por ambos minutos, caminando hacia el centro de la ciudad, mientras que veíamos a la playa alejarse de nosotros. Había dos costas, y la costa que estaba frente a nuestra casa, era para hogares como el de mis abuelos. Por otro lado, la segunda costa era la comercial, donde los negociantes colocaban sus tiendas de todo tipo de cosas. Era un pueblo de menos de 5 mil personas, donde todos se conocían entre ellos, incluyéndome a mí. Conforme caminábamos hacia el centro de la ciudad, donde se localizaba la florería, varias personas me saludaban agitando manos, o gritando mi nombre. De algún modo, la familia Bartolinni era conocida, tanto, que hasta conocían a la nieta americana de la Sra. Nina. Y no, yo no llevaba ese apellido, ya que en Estados Unidos, el apellido materno no está en el nombre de los hijos, tan solo lo está el paterno.

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora