Capitulo 32 - Ironías

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Me levanté muy temprano en la mañana para poder salir a trotar un poco. Me puse mis tenis, un short y una camiseta gris, y salí a eso de las siete treinta de la mañana. Una buena caminata para despejar mi mente me serviría un poco, o al menos eso quería pensar para no verme tan estúpido.

El sol chocaba con mi rostro, y me emitía calor, un calor delicioso para mi piel.

Corrí por media hora de un lado a otro en la playa, mientras que mi mente divagaba de un modo en que jamás lo había hecho. Tenía tres cosas metidas en la cabeza, Tres Nombres: Pauly, Sarah, y Ely. Tenía a Pauly por todo lo que me había dicho la tarde anterior; esa historia de que Ella y Gale habían tenido alguna clase de "amorío" de verano podía ser cierta, mas aun porque ya antes Elizabeth me lo había insinuado noches después de volver de Cova, en esa cena donde fueron los padres de Omar y Pauly, y estuvimos presentes Ely, Ulises, Nina y yo. El segundo nombre en mi cabeza, Sarah, se había presentado pues... por que sí. Me gustaba Sarah, y quería empezar a salir con ella en algo un poco más serio. Por su actitud, presentía que ella quería exactamente lo mismo que yo. Y el tercer Nombre, Ely, se había quedado allí por el beso que me había dado ese día en el baño. Sus labios sobre los míos eran alguna clase de... buena sensación. Odiaba esa sensación. Más bien, odiaba que la asociara con Ely, una amiga tan solo, eso era algo que yo no me atrevería a soportar. No me atrevía a soportar la idea de que sintiera algo un poco más intenso por Ely al pensar en sus labios junto a los míos. Sin embargo, no debía de preocuparme, ya que solamente me sentía así cuando tenía ese pensamiento, así que... No había problema. Eso era lo que me repetía una y otra vez para olvidarme de todo. Suspiré, y llevé mi mano hasta mi cabeza, metiendo mis dedos en mi cabellera rubia. Me detuve un momento en la arena, y la vi. Su cabello flotaba sin gravedad ondeando, mientras que escribía algo sobre su cuaderno. Ely... Dios. Esa chica era todo un caso. Era terca, sangrona, molesta, chiflada e irritante. Pero una parte mía ya le había tomado aprecio. Tal vez, mucho.

Respiré profundamente al ver su perfecto Perfil, y su cabello ondeando por un lado. A lo lejos, unos más de setenta metros, vi en ella una sonrisa. Ese fue el segundo exacto en que descubrí que me gustaba ver feliz a Ely, aunque hacerla enojar también me resultaba placentero. Elevó su vista al cielo, y soltó una carcajada. No pude evitar no sonreír ante su rostro... ¿De qué se reiría? No tenía ni siquiera pista, solamente sabía que me encantaría verla carcajearse mas.A la hora de la comida, Ely se notaba distante. No, no estaba sonriente, ni siquiera se le veía contenta; yo la notaba ida, como si estuviera en su propio mundo dentro de su cabeza, alejada de todos y todo aquello que podía llegar a rodearla. No me gustaba verla tan dispersa.

Nina y Ulises comentaban varias cosas, Nina contando anécdotas de cuándo fue a comprar el pescado y Ulises tan solo escuchándola y comentando sobre las anécdotas de su esposa. Sinceramente no ponía mucha atención a sus palabras, mas bien miraba a Ely, y a como ella estaba tan dentro de si que ni siquiera se daba cuenta de que con la cabeza agachada, la veía a pleno.

El sonido del teléfono sonó por toda la casa; Nina elevó su mirada, pero Ulises le tomó la mano y sonrió haciendo ademán de que él se pondría de pie para contestar. Se levantó y a su paso caminó hacia el estante de madera que se encontraba justo al lado de la chimenéa - la cual jamás había sido utilizada en lo que llevaba en esa casa - y tomaba el teléfono. Se lo llevó hasta la oreja, y con voz rasposa comenzó a hablar después.

- ¿Allora? - Ely no le prestó atención a su abuelo, y en cambio continuó comiendo de ese pescado Empapelado que Nina había preparado esa tarde. Estaba delicioso; tomé un pedazo de tomate y me lo metí a la boca. - Claro. - Habló de Repente Ulises. Bajó el teléfono en su mano y tapó del micrófono mientras que miraba hacia la mesa. - ¿Max? Creo que te hablan... - dijo el con un deje de voz bastante peculiar.

Eso sí era extraño; ¿Me hablaban? ¿A mí? ¿A casa de Nina y Ulises? El único que conocía el teléfono de esa cara era... Daniel, Mi mejor amigo.

<<Elizabeth Lanteige>>

Max se puso de pie apresuradamente y tomó el teléfono entre sus manos. Por primera vez desde que me senté en esa mesa sentí interés por algo, sentí intriga por el rostro de Max, su actitud, y todo lo que eso conllevaba. Se levantó con duda, y justo después de hablar y de escuchar una voz detrás del auricular pude percatarme de que su rostro se volvió inciertamente nervioso, o hasta tenso y enojado. Por un momento sentí un poco de temor por cualquier cosa que pudiera estar sucediendo detrás del teléfono.

- Hmn... - mi abuela carraspeó su garganta, tomando el tenedor entre sus dedos y cortando del suave y delicioso pescado que había preparado. - Que extraño, ¿No? - Preguntó mirándome. Para cuando me di cuenta, Max ya hablaba a purosnsusurros, murmullos que hasta llegaba a dudar de que el mismo los pudiese escuchar. - Por su rostro consternado, debe de tratarse de algo importante. - asintió mi abuela como si se estuviera hablando a ella misma solamente.

- Ya, mujer. - refunfuño mi abuelo. - No tienes que hostigarlo. - Y continuó comiendo de su pescado.

Mi abuela fijó su vista en el plato, y yo no tuve mas opción aparte de Imitarla, sin embargo mantenía el oido pendiente de cualquier cosa que pudiera llegar a pescar de la conversación de Max con quien fuera que era la persona detrás del otro lado del teléfono.

¿No era irónico? Yo, Elizabeth Lanteige, la misma escéptica e ilusa que nunca soñó con encontrar el amor, sentía "Mariposas" en el estomago, y también "Retortijones" en la garganta. Jamás me imaginé poder encontrarle un sentido "No cursi" a esas expresiones metafóricas... Y ahora, las estaba viviendo. Casi parecía un castigo.

Max colgó el teléfono, y lo dejó en su lugar, sin embargo no giró para mirarnos; se quedó dándonos la espalda, viendo la pared de ladrillo de sobre la chimenéa, un ladrillo café obscuro con grietas y de textura un tanto inestable.

- ¿Max? - Habló mi abuelo, un poco preocupado por la postura que Max mantenía en su momento. - ¿Todo bien, hijo? - Preguntó. Mi abuela y yo lo mirábamos, yo con el alma en mano y mi abuela con un deje de preocupación. Estaba segura, conociendo a Nina, ya estaría empezando el Padre Nuestro dentro de su cabeza por si cualquier cosa le hubiera ocurrido a él.

Verstappen por fin dió media vuelta, y pestañeo continuas veces, sin levantar su vista del piso blanco vitro-piso. Parpadeó, y Parpadeó. Y entonces, miró a mi abuelo.

- Mi hermana se va a casar. - Masculló entre dientes. 

Una escritora sin amor - (Max Verstappen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora