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|03|Mas que flores sencillas

En aquellas horas donde los despejados cielos de aquella ciudad costera inundaban los edificios y calles de tonalidades templadas como también el viento helado de aquel otoño movía su larga cabellera castaña blonde mientras escuchaba sweet child of mine reproduciendo en sus audífonos. Se encontraba perdido en aquel recorrido diario al costado del canal principal de la ciudad. Con la frente en alto y la mirada perdida en las abandonadas calles de Portorosso. Necesitaba despejar su mente antes de volver al trabajo, como también pensar en cómo pedirá los días libres para ir a visitar a su hermana.

En lo que su mejor amigo dormía en su sofá en lo que recuperaba energías para el pesado recorrido que haría en menos de una hora para volver con Giulia. Hace años que no se reunía con ella desde su compromiso, donde se armó un escándalo entre él y su padre ya que no lo quería presente y sabía que su madre tampoco, pero era la boda de su hermana. Y ella con su esposo lo querían ahí. Aunque hizo las paces con su madre –quien aún seguía creyendo que era una fase–, su padre no le dirigía la palabra. Dejo de ser un Marcovaldo el día que expresó su atracción a los hombres.

¿Se arrepentía? Nunca y menos cuando reafirmo su sexualidad la primera noche en que se encontró con la peor de las flores que para su desgracia era la más bella de todas.

Poco a poco fue disminuyendo la velocidad al mismo tiempo que desviaba su ruta original, yendo directamente aquella florería de la avenida principal; adornada de las más bellas y cuidadas flores. En lo que se acercaba a la entrada, se retiró los audífonos de sus orejas para luego abrir la puerta pinta de verde jade. Fue recibido por el suave tintineo de la campana de encima; cual llamo la atención de la pareja de ancianos detrás del mostrador. Sonrió dulcemente al ver la delgada y gentil figura de la mujer.

–Buenos días, Ellie, Buenos días, Carl –saludó con amabilidad mientras se acercaba al mostrador.

–Buenos días, hijo, te veo más delgado que la última vez –comentó el hombre mientras terminaba de cortar los tallos del arreglo de dalias que realizaba.

–No le hagas caso, Berto, este hombre ni recuerda que desayuno –bromeó ella soltando una hermosa y delicada risa que termino contagiando a su esposo.

Carl besó la mejilla de su mujer antes de tomar las dalias e irse a la bodega de atrás. Ellie rodeó la mirada en lo que se apoyaba en el mostrador como si fuera una adolescente queriendo escuchar los chismes. A pesar de su edad poseía demasiada energía.

–Hace mucho que no te veo por aquí, ¿Cómo has estado, querido?

Alberto rio antes de alzar los hombros.

–Que puedo decir, Ellie, el trabajo me mantiene ocupado, ayer me vino de visita Guido.

–No digas más –sonrió dulcemente para después alejarse del mostrador dispuesta hacer la orden de siempre–; ahora mismo salen dos hermosos y enormes ramos de anemones rojos.

Volvió a reír sutilmente mientras miraba a la anciana ir directamente por aquellas flores en específico; eran las favoritas de su madre y Giulia. Siempre les mandaba un ramo a las dos cuando Guido lo visita, por la condición de su hermana ella no podría visitarlo y su madre no sale sin su padre. En lo que los arreglaban, aprovecho para mandarle un mensaje a su mejor amigo, pidiéndole que alimentara a su gata en lo que iba para allá, recibiendo como respuesta un sencillo: "Ok". También le mando un mensaje a su asistente para reportar que llegaría tarde ese día, llevaría a Guido a la estación antes de entrar a la empresa.

Escucho de fondo como la puerta y la campana resonó en el lugar. No le tomo importancia, solo guardó teléfono en el bolsillo de su pantalón deportivo, pero todo cambio cuando escucho aquella peculiar petición.

No por compromiso ||LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora