||Ventiquattro||

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|24|Heridas sin sanar

Portorosso, Italia, diciembre de 2010

Las llantas de aquella desgastada bicicleta pasaban por los enormes charcos que se iban formando por la intensa y congelada lluvia de invierno. Las risas incomparables de aquel par de amantes se hacían resaltar junto el sonido de la tormenta. Alberto miraba de reojo como su sonriente novio lo abrazaba con fuerza del pecho mientras cubría a ambos cuerpos con un impermeable azul. Esa madrugada le había propuesto en llevarlo personalmente a su primera clase extra de astronomía. Sabia el gran amor del menor por los astros y la ciencia, si no fuera porque quería seguir los pasos de su abuela y tío sin duda hubiera tomado la carrera de astronomía. Y el como un buen novio lo quería apoyar en ampliar su conocimiento. Así que no le pensó en incrementar la velocidad tomando el mayor cuidado posible para que Luca llegara a tiempo.

Ambos se adentraron a la universidad yendo directamente hacia la biblioteca pública. Al estacionar la bicicleta, bajaron aun entre risas divertidas. Luca mostraba su sonrisa a su novio; quien no quería cubrirse de la lluvia. Dejando todo su cuerpo empapado, pero a él no le importaba y solo cargó al menor para llevarlo hasta el final de las escaleras del edificio, Paguro lo abrazó del cuello recargando su cabeza en su pecho. Sus mejillas comenzaban a dolerle de tanto sonreír y reír. La emoción inundaba su cuerpo en todo sentido.

Al llegar al pequeño tejado de la entrada del lugar, Alberto lo bajó con cuidado.

–Gracias por traerme –dijo mientras comenzaba a retirarse el impermeable. Realmente feliz de que el mayor se preocupara por él, creyó que se burlaría de él por querer estudiar algo completamente distinto a la carrera de economía.

Él solo respondió esbozando una silenciosa risa en lo que escurría el agua de su camisa.

–No es nada, me gusta verte sonreír –confesó algo avergonzado, a pesar de casi llevar un año, le apenaba decirle cosas lindas a su novio.

Luca se sonrojó ante sus palabras, soltó una pequeña risa tonta. Sin duda tenía el mejor novio del mundo. Se acercó a él para ponerse de puntillas y besar su mejilla, volviendo a reír al ver aquel sonrojo y brillo en esos bellos ojos esmeralda.

–Tengo algo para ti –recordó con emoción mientras se quitaba la mochila.

Alberto lo miro curioso y simplemente se limitó a observar como el menor sacaba entre sus cosas una caja media. Su boca se abrió con incredulidad ante lo que veía, el nombre de Onward resaltaba en aquellos dulces descontinuados. Luca sonrió al ver la reacción que esperaba ante aquellos caramelos en forma de anillos de compromiso.

–Me dijiste que eran tus preferidos cuando eras niño –susurró mientras se los entregaba algo apenado– y que dolió cuando de importarlos.

–¿Cómo los conseguiste? –preguntó con asombro mientras miraba la caja. Era como la recordaba, solo que ahora estaba traducida al español

–Bueno –rascó su nuca avergonzado–, cuando paseaba por las calles de España el fin de semana con mi tío las vi en una dulcería y no dude en comprar una caja para ti solito –se mordió el interior de su mejilla creyendo que fue demasiado cursi o volvía a presumir sin querer su vida ostentosa–...solo quería verte sonreír –murmuró apenado mientras rascaba su muñeca.

Alberto rápidamente separo sus dos manos ante aquella mala costumbre de su novio, no lo pensó y lo tomó de la mejilla para besarlo dulcemente en los labios. Al separarse ambos sonrieron al mismo tiempo que tenían sus frentes juntas.

–Me encanta, eres el mejor novio del mundo –musitó dulcemente besando la punta de su nariz, haciendo sonreír aún más al otro.

Al separarse no dudo en abrir la caja como si fuera un niño pequeño, tenía buenos recuerdos con esos dulces, incluso antes de que su mamá lo abandonara con su padre cuando prefirió a otro hombre mucho mejor. Esos anillos de caramelo traían los recuerdos más lindos de su infancia. Dejó por un momento la caja sobre el suelo una vez que saco uno, bajo la mirada emocionada del menor, pero Alberto se detuvo antes de probarlo. Miro a su novio que parecía desconcertado, no obstante la confusión se convirtió en pánico cuando Scorfano tomo su mano y coloco el anillo de dulce en su dedo anular. A pesar que tenía tantas ganas de comerlo, prefería darle el primero al menor.

No por compromiso ||LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora