||Quarantaquattro||

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|44|Por hacerlo feliz

Su mirada recorría cada renglón de aquel blogs sobre la depresión en hombres adultos. Paguro se encontraba parado en frente del refrigerador –tras haber guardado las sobras de la cena de esa noche– leyendo cada uno de los consejos para poder ayudar al hombre que amaba. Había investigado en diferentes foros los medicamentos de Alberto, llegando al punto de preocuparse por las diferentes historias con las que se encontraba sobre el suicidio, la decadencia emocional e incluso de hombres que se encerraban en su propio mundo haciéndose daño a sí mismos. Necesitaba hacer algo sin herir el orgullo y masculinidad del mayor; eran sus puntos más débiles.

–¿Lu? ¿Estás bien?

Rápidamente el heredero dejó caer su teléfono al suelo al escuchar la paniguada voz de su prometido a sus espaldas. Con su rostro completamente rojo ante ser descubierto. Volteo su mirada hacia él de manera nerviosa. Encontrándolo ahí recargado en el umbral de la entrada, de brazos cruzados y mirada neutra utilizando ropa cómoda tras un largo recorrido en tren.

–¿Ocurre algo, amore? –volvió a preguntar arqueando su ceja, sabiendo que su amado le estaba ocultando algo.

Paguro rio nervioso en lo que rápidamente se agacho a recoger su teléfono y guardarlo rápidamente en su bolsillo mientras pensaba en una jodida escusa.

–N-no...yo –miro el refrigerador donde había fotografías y dibujos de Leo y sin pensarlo tomo la foto de Alberto bebé manchado de espagueti–...solo estaba pensando en que en verdad eras un bebé muy gordo.

Sonrió ante la imagen, sin duda era su preferida. Esa sonrisa infantil del bebé obeso comparada a la sonrisa fanfarrona de lo que es ahora. Le hacía pensar en todo lo que había pasado en la vida de su hombre. "Odias verte débil, ¿por eso no me lo decías?", recordó con pesar mirando esos ojos esmeraldas.

La silenciosa risa de Scorfano lo sacó de sus pensamientos, de nuevo estaba allí esa sonrisa despreocupadas adornando sus labios adornados por una diminuta cicatriz causada por él.

–¿Por qué todos se burlan de mi gordura infantil?

–Debes de admitir, que te ves como la mascota de Michelin –comentó con una pequeña sonrisa melancólica en lo que dejaba la foto junto con la suya de cuando era un niño.

–¿Seguro que todo está bien? –musitó abrazándolo con cariño de su cintura para luego atraerlo hacia su pecho–. Desde que llegue a la estación actúas raro.

Luca suspiró cansado y se acurrucó sobre él. Escondiendo un poco su rostro en su pecho para oler su característico y embriagante aroma.

–Está todo bien solo que –se quedó unos segundos en silencio

¿Se lo diría? Conocía a su amado, por más que quiera ayudarlo, reconocía que Alberto algo que más detestaba era que lo vieran como un debilucho. Por eso no le había dicho.

–...que los chicos insisten mucho que veamos strippers en mi despedida de soltero. Es algo tonto y no quería decírtelo porque causaría problemas y...

–¿Tú quieres ir a verlos? –preguntó tranquilamente Alberto mirándolo.

–¿Q-qué? ¿No estás enojado?

Alberto suspiró pesado y lo cargo en sus brazos para sentarlo en la mesada; acción que provoco un fuerte sonrojo en el menor al momento en que él se colocó en medio de sus piernas –aunque no había ninguna insinuación en medio–. Realmente solo lo había hecho para estar cara a cara, por más tonto que suene los ayudaba a mirarse y hablar con seriedad.

–¿Quieres ver strippers? Creí que mis bailes sensuales bastaban –bromeó un poco mientras jugaba con las manos del menor.

–Berto, habló enserio no quiero causar otra discusión tonta.

No por compromiso ||LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora