||Quarantacinque||

259 34 24
                                    

|45|Sorpresas

Portorosso, Italia, abril del 2003

Los colores anaranjados y rojos inundaban todo el campo de juegos. La mayoría de los niños aclamaron al momento en que el pecoso preferido anotara el último gol. La sonrisa que poseía su rostro no tenía comparación, su cuerpo estaba sudado y sucio mientras que su uniforme estaba manchado de lodo y su cuerpo había raspones y moretones. Era el huérfano querido –como también uno de los más mayores– y todos sus compañeros corrieron hacia él para abrazarlo con fuerza y lágrimas en los ojos. Alberto rio creyendo que lloraban por aquel partido "amistoso". Jamás paso por su mente que ellos se estaban despidiendo de él.

–Niños, niños, per favore, dejen a Beto respirar –habló una mujer acercándose a ellos con una bebé en brazos mientras caminaba por la cancha para acercarse a él.

Al ser liberado por los niños que le sonreían de manera rota, con lágrimas escurriendo por sus rosadas mejillas como también algún que otro moco; Alberto se acercó a su cuidadora con una enorme sonrisa. Miro a la bebé en sus brazos, quería cargarla, pero estaba consiente que apestaba en ese momento. Aun así la mujer de piel morena clara acarició con amor su mejilla mientras sus ojos se cristalizaban. Él solo rio sin comprender lo que pasaba a su alrededor.

–Qué guapo estas, hijo –musitó ella sin importarle el estado del que se encontraba el pecoso.

Alberto esbozó una silenciosa risa mostrando un poco de sus dientes chuecos.

–No mienta, apesto a trucha.

Ella rio y le entregó a su hija, él quiso negarse, pero la pequeña Bonnie estiraba sus bracitos para que él la cargara. De nuevo había caído ante los encantos de la pequeña castaña.

–¿Por qué todos están tan sensibles? –preguntó en un murmullo en lo que caminaba con la mujer hacia el edificio principal.

–¿Recuerdas a los señores Marcovaldo, a los que les ayudaste a dar un recorrido en búsqueda de un niño?

Él asintió de manera tranquila mientras su mirada estaba fija en la bebé de nueve meses.

–Sí, los que tienen una hija como de mi edad –la miro de reojo–. ¿Ya eligieron a alguien?

–...sí, escogieron a uno de los más queridos y les cuesta aceptar que él se ira –respondió suavemente con una sonrisa rota mientras las primeras lagrimas escurrieron por sus mejillas–, incluso a mí me afecta saber que no estará allí para hacer reír con sus ridiculeces cada vez que venga a ser mi trabajo. Eligieron a alguien que su ausencia será dolorosa para todos, extrañaremos sus bromas, sus locuras y esa sonrisa chueca que nos animaba siempre. En especial ese acento francés que se le escapa cuando está enojado.

–¿A quién adoptaron? –musitó sintiéndose triste e incrédulo. No quería hacerse ninguna ilusión, casi nunca adoptan a los de su edad.

Ambos llegaron a la puerta trasera del edificio donde lo esperaban aquella pareja junto con una niña pelirroja; quien saltaba de emoción al verlo. Al lado de ellos estaban la directora y la enfermera, ellas a pesar de pelear y discutir con el niño Scorfano, le tenían un gran aprecio. Alberto sin saber cómo reaccionar paro sus pasos y volteo a ver a la mujer de serbio social, ella sin pensarlo lo abrazo con todas sus fuerzas; sin importarle lo sucio que se encontraba.

–A ti, cariño, tú fuiste adoptado –murmuró separándose lentamente de él mientras agarraba a su bebé; quien no tardo en sollozar al ser separada del pecoso.

Sin palabras ni saber a dónde mirar, las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. La pelirroja corrió hacia él para abrazarlo, no fue correspondía. La mente de Alberto estaba en blanco, su cuerpo estaba temblando. Se sentía indefenso.

No por compromiso ||LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora