||Trentanove||

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|39|La soledad de Luca

Los ojitos esmeraldas de Leonardo brillaron como nunca al sostener la primera fotografía que resguardaba en aquella vieja y oxidada caja metálica de galletas, su boquita soltó un suave ruidito de emoción al ver la imagen de su papá Alberto. El pecoso mayor se sonrojo fuertemente ante la vergüenza de verse en sus primeros meses de vida como un regordete bebé bañándose en un balde mientras sostenía un barquito de juguete mientras su mirada estaba posada en la persona que le tomaba la foto. Giulia al verla rio con ternura y burla, ella desconocía de aquellas fotografías viejas y descoloridas en su familia solo tenían fotos de Alberto cuando era un preadolescente. A su madre le encantaría poseer aquellas fotos.

Alberto suspiró dejándose caer al respaldo de la silla de jardín de la "casa" de la abuela de Luca; la anciana se encontraba adentro preparando la cena y el postre junto a sus empleadas, no dejaba que ninguno de ellos la ayudase. Ya había corrido con un cucharon al prometido de su nieto para que descansara afuera en lo que llegaba Luca y el tío de él para comenzar a cenar.

El atardecer inundaba las copas sin follaje del enorme jardín de la casa Paguro, los colores cálidos llenaban de vida el lugar mientras las hileras de luces sobre ellos se encendían para dar paso a la noche congelada mientras no muy lejos de ellos se podía escuchar el relajante ruido del mar. Era un lugar simplemente hermoso y relajante lejos de la agobiada ciudad antigua.

Miro de reojo a su hijo mayor quien miraba cada una de las fotografías con emoción, colocándolas de manera ordenada sobre la mesa para que sus tíos también las vieran. Desde que Leo obtuvo a foto de Luca de niño, aprovecho que estaba investigando el paradero de su madre con un detective privado para volver a su primer hogar a varias horas de Portorosso. Ir a esa vieja casa le trajo tantos recuerdos dolorosos, tristes y solitarios, pero no se rindió y siguió buscando algo de su infancia –ya que estaba completamente seguro que no tenía ninguna fotografía de él entre los seis años hasta los catorce; esos años estaban perdidos–. Aunque las imágenes estaban dañadas y descoloridas por el paso del tiempo, eso no parecía importarle a Leonardo. Él las miraba con el mismo asombro que las fotos de su papá Luca.

Giulietta tomó una de las fotos donde salía el regordete de su hermano completamente manchado desde su cabello hasta sus bracitos por comer espagueti, pero mantenía una gran sonrisa.

–Eras tan adorable –musitó enternecida, sacando su teléfono para tomarle una foto a la foto y enviársela discretamente a su mamá. Sabía que a ella le encantaría verlas, al igual que a su padre.

–Amigo, eras un bebé muy gordo.

Alberto aprovechó que Leo estaba concentrado en la mesa para mostrarle el dedo medio detrás del niño. Por otro lado en completo silencio y ajeno a los demás Mariano agarró una de las fotografías que más le llamó la atención; una vieja foto del mismo gordo bebé siendo cargado por sus dos papás, sonriendo en la cámara. Sin duda Alberto era la viva imagen de ambos, teniendo las mismas expresiones y estructura facial de su padre –al igual que sus ojos esmeralda– junto con los colores, pecas, cabello de su madre mientras que él era mucho más parecido a su madre.

Miro la imagen sintiendo un malestar en su estómago. Que la voz apagada y sin vida de su hermano mayor logro sacarlo de su tormento:

–No creas que eran tiempos felices –le dijo de manera cortante–, ellos peleaban siempre, mamá le lanzaba cosas y papá era muy abusivo –se levantó la manga de su suéter para dejar ver las marcas de cigarrillos de su muñeca–. Solo logro mejorar cuando mamá se fue.

No hubo respuesta, algo que Giulia noto y le molesto ante la actitud de su hermano mayor; Alberto no quería dejarle las cosas fáciles a Mariano, parecía que quería romper todo expectativa fantasiosa del menor. Estaba cometiendo los mismos tratos que su padre biológico le enseñó. No sabía hasta qué punto era bueno pararlo, ella tampoco quería meter a Mariano a la misma burbuja que lo tenía su madre por más de dos décadas. Bajó su mirada con pesar, acariciando su vientre ante sus inseguridades de si sería una buena madre. Necesitaba a su esposo para que la regañe por pensar en esas cosas.

No por compromiso ||LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora