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Las puertas del infierno.

THIAGO

Nunca había estado en una prisión, y puedo jurar que fue como entrar en el infierno, en una gran fortaleza de piedra con garitas de vigilancia en las cuatro esquinas de las inmensas instalaciones. Había varios edificios en color verde.

Solo en las películas te adentras en el terror que se debía de sentir recluido en un sitio rodeado de asesinos como mi padre. Entrar allí era darle al play para vivir en directo mi propia película.

Tuve que pasar cuatro controles de acceso y ciertas requisas. Me hicieron varias preguntas para comprobar la relación que tenía con mi progenitor que contesté con monosílabos. Además, también apagar el móvil y entregar mis pertenencias en una caja que guardaban en unas taquillas. Luego tuve que esperar en una sala junto a los familiares de otros presos. Apenas me fijé en lo que me rodeaba, tenía la vista clavada en el suelo. Quería que llegara el momento de verle frente a frente después del accidente de Cloe. Casi no recuerdo su cara, creo más bien que siempre he querido olvidarla. En mi casa no quedaba ni una sola foto del asesino que nos destruyó la vida. Esa mirada fría y siniestra era inolvidable. Mi padre tenía el mismo color de ojos que yo, azul grisáceo. Físicamente nos parecíamos, para mi desgracia.

—Thiago García. —Un guardia de seguridad me llamó. Me levanté con el miedo en el cuerpo, ese que debía enfrentar para evitar mi caída.

Levanté la mano indicando que era yo. Caminamos por un largo pasillo hasta entrar en un espacio dividido en cubículos acristalados. Me pidió que me sentara en una silla de metal pero preferí quedarme de pie detrás de ella. Aunque me separaban los cristales, quería tener la distancia suficiente. No confiaba en nada ni en nadie. A mi lado derecho estaba una señora muy mayor de cabello blanco y mirada triste hablando frente al cristal con un hombre muy grande, moreno y cabello rapado al cero, con cara tatuada y de facciones rudas y su semblante era de muy mala hostia. Solamente posar de refilón la mirada sobre ese tipo daba miedo.

Ambos me vieron y él se quedó mirando mi rostro. Tengo que decir que en esos minutos solo pensé en el terror que sentía de que el siguiente en sentarse allí sería Leonardo. Para mi cualquier asesino era un bebé en pañales al lado del demonio de mi padre.

Apareció sonriente, como era de esperarse, con la cara envejecida y una marca en la frente. Estaba más delgado. Se sentó como un anfitrión dispuesto a empezar una ceremonia. Le temblaban las manos aunque no creo que fueran nervios. Era un psicópata en potencia y reunía todas las características. Aunque lo recuerdo vagamente porque era muy pequeño, mi abuelo me contó que siempre lo demostró. Egocéntrico y narcisista, no sintió ningún remordimiento por haber matado a mi madre y a mi hermano; en su vida no tuvo ningún tipo de empatía con nadie, era impulsivo y manipulador, con un estilo de vida parasitario. ¡Vamos! Que lo tenía todo. Y su recibimiento fue, cuando menos cruel.

—¡Vaya!, el hijo perdido. ¿Extrañas a papito? —Preguntó con burla, su mirada desafiante. Me lanzó un beso y me guiñó un ojo. Mi cuerpo no respondía con normalidad. Sentía escalofríos, ansiedad y ganas de pegarle. Me temblaban las piernas. La sangre bombeaba por mi cuerpo a gran velocidad. Lo miré con asco, era lo que sentía por ese ser tan despreciable.

—¿Qué te hicimos para que no sientas el más mínimo arrepentimiento? ¿No te cansas? ¿No te bastó con matar a tu mujer y a tu hijo a sangre fría? —Sentía mis lágrimas caer de la ira. Cerré los puños en clara desesperación.

—No descansaré hasta acabar con lo que empecé, —soltó un bufido de enfado—. Me dijeron que eres, Thiago García. Te quitaste mi apellido. —Se tapó la boca con falso dolor— ¿O fueron los viejos tacaños de tus abuelos?

Mis días de adolescente. Sentir III (Publicada en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora