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Él reconstruyó el corazón que yo había roto en mil pedazos.

THIAGO

A las dos de la madrugada cogí el coche sin rumbo. Pensé mil veces en marcar ese número de teléfono que me negaba a eliminar. Quería escribirle un mensaje pero no me atrevía. Era un cobarde. ¿Qué le podía decir? "Te he fallado". Eso ella lo tenía claro. Como un idiota me había dejado manipular. Cuando la tuve enfrente había sentido rabia de no poder acercarme a ella, de abrazarla más tiempo de lo que era políticamente correcto. ¡La deseaba tanto! Con su rebeldía, con su sinceridad. Ella era la luz que me sacaba de la oscuridad. Siempre fue ella. ¿Cuántos años tenían que pasar para que perdiera el miedo? La única opción que me quedaba era buscar la respuesta en la persona que me jodió la vida. Aparqué delante del edificio de Yezzy a las cuatro, necesitaba a mi amigo, el de los consejos sabios, el de la chulería personificada que me hablaba claro y directo. No era hora de llamar y esperé con la calefacción encendida, una playlist en bucle y recostado en el asiento hasta que amaneciera y fuera la hora prudente de sacar a Yezzy de la cama.

En menos de quince minutos estaba entrando en el coche con dos cafés en la mano en vasos desechables. Los siete grados de enero por la mañana nos obligaba a usar abrigo. Así se presentó Yezzy ataviado con un chándal, con una parka y bufanda, tiritando de frío.

—Dame una buena razón para sacarme de la cama un sábado a esta hora y con este frío.

—Lo siento. —Cogí el café de buena gana—. Gracias.

—¿A qué hora llegaste aquí?

—A las cuatro.

—Te voy a regalar una muñeca hinchable. A ver si te entretienes.

Era inevitable reírle las ocurrencias. Yezzy siempre buscaba el lado positivo de las cosas.

—La prefiero de verdad.

—Esa que tanto quieres es muy amargada, te lo digo yo, que vivo con ella. Llegas a llamarla como hoy a mí y te hubiera respondido con un gruñido —Esbozó una risa de burla. Yo me estiraba en el asiento sopesando mis palabras.

—Pero es la que me gusta.

—A ver, erudito, sorpréndeme.

—Necesito hacer algo. No puedo más.

—¡Hostia, coño! ¿Quién te iluminó? —Berreó escandalizado.

—Pero antes necesito respuestas Yezzy. Hablaré con Leonardo —ahora el que temblaba era yo, solo de pensarlo.

—Tú estás mal del coco, tío.

—Necesito saber por qué me odia tanto, por qué amenazó a Cloe sin razón. Yezzy, me ha manipulado todo este tiempo con sus malditas palabras.

—Nunca me has dicho qué te dijo...

«Mi objetivo siempre serás tú, pero veo que esa chica te duele, saca tu lado más oscuro, me gusta verte lleno de ira; aunque no quieras aceptarlo, en el fondo sabes que eres como yo. Si ella no muere hoy y sigues con ella, la mataré».

Recité las palabras que había memorizado. Si de algo me valía mi inteligencia era que recordaba con exactitud cada episodio de mi vida.

—¡Será hijoputa! —Tomaba un sorbo de café con los ojos de asombro— ¿Has pasado todo este tiempo lejos de ella por su amenaza? Thiago, tu padre está preso, no puede saber si estás o no con ella.

—Yezzy, mi padre tiene recursos, no le ha hecho nada porque debe de saber que no estoy con ella. Me lo juró. Su objetivo era yo sin importarle quién estaba conmigo, pero nos adelantamos porque vi el coche venir y ella se soltó de mi mano y regresó a por el collar sin darse cuenta de que el coche no paraba. Me vio desesperado por ella cuando lo golpeaba y, no sé, esa fue su amenaza.

Mis días de adolescente. Sentir III (Publicada en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora