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Incandescencia.

CLOE

Si hoy juego la lotería tendría todos los números. Eso pensé cuando comencé a subir las escaleras y venía bajando ese chico de mirada fija que trastocaba mi mundo. El pazo tenía diez hectáreas y justo me lo cruzaba en el mismo sitio por segunda vez. Llamémoslo suerte o, en mi caso, desgracia porque tendría que aguantar el tipo sin titubear. Seguí mi camino sin levantar la mirada, ignorándolo pero, claro, él no me lo iba a poner fácil. Cogió mi brazo en cuanto pasé a su lado y quedé delante de él. Reaccioné, era inevitable sentir cómo me erizaba y sus ojos buscaban los míos, en esta ocasión no lo consiguió. Esta vez, no.

—Suéltame, por favor.

Inmediatamente me soltó y levantó la mano disculpándose.

—Lo siento.

Esas palabras no tenían sentido. Justo en ese momento levanté la vista y le miré a los ojos.

—¿Qué es lo que sientes, Thiago?

—No quiero molestarte.

—Entonces ni me mires y vete a llevarle las zapatillas a tu cenicienta.

En la mano llevaba unas bailarinas llenas de brillantes multicolores bastante horteras. «¿Celosa, princesa?» apuntaban mis diosas alterando aún más mi humor.

Comencé a subir las demás escaleras y le sentí seguir mis pasos.

—Cloe, espera.

Me giré y lo fulminé con la mirada.

—¿Más? —Esbocé una risa sarcástica— Te he esperado demasiado tiempo, ya me cansé.

—Rehiciste tu vida y me alegro.

—Pues sí y estoy muy feliz. Ya vi que tú también. Te felicito —mostré una sonrisa falsa y no pude evitar la pregunta—. Lo que no entiendo es ¿por qué con ella sí fuiste valiente?

—Mía no es lo que te imaginas.

—Sí, ya vi que era tuya. ¡Cómo has cambiado, antes no eras tan posesivo!

—¿Puedes dejar el sarcasmo? Mía es su nombre.

—No. Lo que voy a hacer es irme, porque no tengo nada que hablar contigo.

Me cortó el paso y mi corazón, que traía carrerilla, se aceleró más teniéndolo a escasos milímetros.

—Déjame pasar.

—No, hasta que me escuches.

Su cercanía me alteraba hasta la forma de caminar, pero esta vez no iba a flaquear.

—Ahora soy yo la que no quiere.

—Aunque no me creas todo lo hice por ti y nadie te sustituirá nunca.

—¡Vaya! Pues gracias, todo un detalle de tu parte.

—No me quieres entender.

—¿Qué se supone que tengo que entender? ¿Que me dejaste hecha una mierda? —Aguantaba las lágrimas, no me iba a derrumbar—. ¡Ni una llamada, ni un mensaje, desapareciste dejándome en el momento más jodido de mi vida! —Sus ojos se llenaban de lágrimas, con el semblante serio y derrotado— ¿Por qué? Solo quería saber el porqué.

—Por protegerte.

¡«Grrrr»! Quería gritar de rabia y dolor. Estaba reviviendo todo el tiempo de zozobra, deseando que fuera un sueño, pero no, era real y lo vivía comiendo palomitas en un puto autocine sentada en el capó de un coche viendo a cámara lenta la película de mi vida.

Mis días de adolescente. Sentir III (Publicada en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora