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Justicia divina.

THIAGO

Ocho horas antes...

Me podía esperar cualquier llamada y ese era el momento justo que había ansiado desde hacía muchos años y no lo sabía.

—¿Thiago García?

—Sí, soy yo. ¿Quién es?

Era una voz grave al otro lado del teléfono y con el número desconocido me puso en alerta.

—Le llamo del Juzgado de Instrucción Número Uno de Tarragona.

—¿En referencia a...?

—¿Es usted el hijo de Leonardo López?

—Sí —se dispararon mis nervios al oír ese nombre.

—Necesitamos que se persone a las doce horas de hoy en la dirección que le voy a proporcionar. Por la protección de datos no le puedo dar la información por teléfono.

Era evidente que algo había sucedido, tal vez me habían denunciado por destruir a golpes parte del mobiliario el día que vi a mi progenitor en la cárcel, que el desgraciado hubiera hecho algo en la prisión o que la protección a mi familia se redujera. Me había imaginado muchas cosas pero nunca lo que me iba a encontrar.

Entré con Luis Rodríguez Alcaraz, el abogado y amigo personal de mi abuelo que siempre nos acompañaba en todas las gestiones familiares. Nos identificamos y nos hicieron esperar en un despacho pequeño abarrotado de carpetas y de libros. A los pocos minutos entraron dos personas, una señora muy alta y fuerte, morena, de ojos castaños, que se sentó justo enfrente de mí y a su lado, de pie, un chico joven con cara de haber empezado las prácticas ese día.

—¿Es usted Don Thiago García? —Preguntó la mujer con cara seria extendiendo su mano.

—Sí. —Fue mi respuesta a la espera de que aclarara qué hacía ahí.

—Permítame su identificación, por favor.

Saqué el DNI y se lo extendí, yo estaba  muy nervioso. No sabía lo que pasaba.

—¿Nos puede decir para qué lo han llamado? No tenemos toda la mañana. —Reclamó Luis con claras intenciones de acelerar a la mujer.

—Hace dos días se inició un motín en la cárcel de Tarragona, donde estaba recluido su padre.

La mujer transformó su rostro en preocupación. Y ahí empezó el pánico, imaginando el peor de los escenarios: que se hubiera fugado.

—¿Estaba? —pregunté con absoluto terror esperando su respuesta.

—Su padre estaba en un módulo de presos protegidos por su condición.

—Por desgracia, —dije por lo bajo.

La mujer abrió los ojos cuando me escuchó y endureció el rostro en desaprobación. Luis, muy hábilmente habló.

—Siga, por favor.

—Un grupo de internos del módulo común secuestró a cuatro funcionarios e ingresaron en el módulo de respeto. Durante la revuelta fallecieron dos internos. Uno de ellos ha sido su padre. —Se me heló el cuerpo; no daba crédito a lo que estaba escuchando. Me levanté de la silla. No sabía qué sentir en ese instante, una mezcla de angustia y alegría—. Otras cuatro personas resultaron heridas.

—¿Cómo? —pregunté asombrado.

—La identidad de su padre no se conocía debido a sus delitos. Había estado en ese módulo desde que había ingresado en esa prisión.

Mis días de adolescente. Sentir III (Publicada en físico).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora