12. BLANCO Y NEGRO

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Lee Jieun. Una mujer a simple vista hermosa y fascinante, con un carácter digno de admirar, cariñosa y muy adorable; así la veían los demás, la mujer era un rayo de luz vibrante que iluminaba el camino de otros a su paso. Ante el mundo mostraba mil colores, pero el mundo nunca se mostró colorido ante ella. La mayor parte de su vida solo logró ver dos colores: Blanco y Negro.

Blanco y negro. Bien y mal. Blanco era todo lo bueno y negro era todo lo malo. Así veía ella el mundo. Pero aunque existieran blanco y negro, a ella siempre le tocó vivir en oscuridad. En medio de sombras y oscuras mentiras, bajo la inseguridad de lo que se ocultaba entre las sombras de sus pasos, el terror atado a su ser con un hilo gris y una cadena de hierro fija a sus pies.

Si tuviera que resumir su vida en dos palabras, diría que son: Miedo y angustia. Creció en un ambiente nada apto; abusos, golpes, hambre, tristeza y dolor tocando a su puerta con el amanecer de cada día. En ese entonces, rogaba cada noche bajo la cobija vieja y desgastada de su cama no volver a despertar, y es que en verdad no tenía un motivo para levantarse en las mañanas, pero debía hacerlo; ya que lastimosamente sus ruegos se incumplieron. No la escucharon. Era tan miserable que ni la muerte la deseaba, pensó.

En una familia tan numerosa como la suya, el cariño familiar era lo último en que pensar, cada quién debía resolver su vida como fuese necesario. Ella era débil y por eso la apartaron sus hermanos. No tenía un rostro lindo y por ello la despreciaron sus padres. Simplemente no tenía nada que ofrecerle al mundo. Y en este mundo para recibir debes dar algo a cambio, por lo que nunca recibió nada. Esa fue su vida hasta que cumplió 16, ni ella entendía como había llegado tan lejos. En ese momento, su vida era el basurero de siempre pero más putrefacto. Sin familia, sin estudios, sin amigos y sobre todo, sin voluntad. Se apartó de su familia cuándo su papá intentó venderla. De hecho, la vendió, pero ella se fue antes de que su comprador la reclamara. Vagó de un pueblo a otro como un gusano.

¿Han visto a esos gusanos de basura que andan desorientados una vez salen de la mugre que los contiene? Así estaba ella. A rastras, encontró una forma de vivir y pensó que quizás allí su vida adoptaría por fin ese color blanco que tanto deseó. Y así fue, o eso creyó ella. Conoció a la mayor de sus penurias. Un hombre que destellaba en alegres colores, pensó que aquel hombre le daría luz a sus días, y así fue, por un tiempo.

Un corto tiempo, porque comenzó a perder brillo, destilando aquellos hermosos colores uno tras otro, hasta que lo único en él era un color negro tan oscuro como la maldad misma.

No fue necesario para ella huir ya que, él fue quién huyó, pero no de ella; el hombre huyó de la pequeña niña que crecía en su vientre. Él no quería aquella responsabilidad. Mentiría si dijera que desde el principio fue una madre devota, pensó en abortarla una y otra vez. Ella no tenía nada que ofrecerle a esa criatura, absolutamente nada. Solo una mala vida llena de necesidades y problemas. Siempre se sintió como la peor porquería que había pisado la tierra y quizá lo era.

Tres años después, cargaba con 20 desagradables años de vida, más una nena de 3 años y otra de 2. Su primera hija, Aeri, nació con varios problemas de salud, debido a su mal cuidado durante el embarazo, pero logró reponerse, era un nena fuerte. Su segunda hija, Yizhou, fue una verdadera sorpresa. Fue literalmente un regalo que encuentras en el camino aunque no era para ti.

A pesar de todo, las amaba, las amaba como nunca amó nada. Nunca quiso ni su propia vida, pero esas niñas le hicieron descubrir que aún tenía un lado humano. La llenaron de amor y alegría. Poco a poco sus dos lucecitas le fueron dando brillo y color a sus días, empezaron a colorear su mundo que estaba lleno de grises y negros en difenrentes tonos. Gracias a ellas, logró ver que existían más de mil colores. Pero el mundo era cruel y ella lo sabía. Si no se esforzaba por cuidar a sus estrellitas, el mundo las iba a destrozar. Era como tener un pequeño foco de luz en una tormenta feroz a mitad del mar, que, luego de ser golpeado por las olas una y otra vez moriría.

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