CAPÍTULO 5

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La brisa nocturna trata de apagar la llama del mechero, por lo que me veo obligado a utilizar mi mano como barrera y así, mediante una corta aspiración, consigo encender el cigarrillo entre mis dedos. Le doy una larga calada dejando que el humo y la nicotina inunden mis pulmones.

– Pensaba que lo habías dejado – comenta Max sentándose a mi lado sobre la acera.

Nos encontramos en una calle cercana al centro de mando. El lugar es tranquilo. Apenas hay unos pocos almacenes y algún que otro descampado. El lugar perfecto para escapar de todo y de todos. O eso pensaba.

– Y lo he hecho – comento sin ni siquiera mirarla.

El humo blanquecino del cigarro se desliza hacia fuera a través de mis labios y de mis fosas nasales. Su sabor en la base de mi lengua me provoca cierta sensación de placer. Sin embargo, tras dos caladas lo apago contra el asfalto y lo lanzo lejos. No mentía. Hace años que dejé de fumar, pero a veces, sobre todo en situaciones como esta en la que me sentía como una mierda, la necesidad me asaltaba y simplemente no podía (o no quería) refrenarla.

El silencio nos envuelve dejándonos escuchar el ruido de los grillos que cantan entre los matorrales de los descampados. Un silencio que dura demasiado poco.

– ¿Te encuentras bien? – pregunta Max mirándome de reojo.

– De maravilla – la fuerte ironía en mi tono le hace esbozar una mueca –. Un niño ha muerto por mi culpa. ¿Cómo quieres que esté?

Max presiona sus labios juntos mientras piensa en sus siguientes palabras.

– Nadie podría haber imaginado que esa Devoradora se encontraba en el edificio, Derek. Es obvio que ya estaba allí cuando llegamos sino Cooper la hubiese visto entrar.

Eso era lo que yo también pensaba. Que Silver había llegado antes que nosotros y, entonces, al oírnos entrar había permanecido a la espera. Lo que no entiendo es por qué, de todos los lugares en esta maldita ciudad, ella se encontraba allí. Una o dos veces, vale. Pero ¿tres? Nunca he creído en las casualidades.

– ¡No habría estado si después de aquella primera noche en el callejón hubiese decido perseguirla y darle caza! – exclamo con los puños apretados­–. Fui un ingenuo, Max. Pensé que no suponía una amenaza, pero está claro que me equivoqué.

La culpa me corroe. Mordisco a mordisco, se va comiendo los muros que protegen mi entereza. Ese niño tan solo tenía siete años, maldita sea. No sé porque ignoré lo que siempre he sabido sobre los Devoradores: que todos y cada uno de ellos son asesinos.

Max suspira sin saber que más decir para consolarme.

– ¿Qué es lo vas a hacer ahora? – pregunta minutos después con la mirada fija en el cielo nocturno que muestra una hermosa estampa estrellada.

En estos momentos, una visión tan bonita solo me hace sentir peor.

– ¿Ahora? – repito apartando la vista del cielo para mirar a Max directamente a los ojos –. Ahora la cazaremos

***

– ¿Cómo se supone que vamos a encontrarla? – me pregunta tiempo después.

Cooper, Max y yo nos encontramos reunidos alrededor de una mesa metálica. Contrariamente a lo que esperaba, Cooper no ha actuado como un gilipollas tras lo que ha pasado en los suburbios. En ningún momento ha presumido de tener razón y ha permanecido en silencio. La máscara de culpa y frustración que cubre mi rostro ha debido de impedírselo o quizás ha recordado que, después de todo, somos amigos.

– Sabemos que está buscando a un coleccionista de antigüedades – o esa es la pista que le había dado Aurelio Moncada.

– O sea que, si lo encontramos a él daremos con esa hija de puta – habla Cooper mientras apoya las enormes palmas de sus manos sobre la superficie de la mesa.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora