CAPÍTULO 31

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Despierto de golpe al escuchar la sirena y tardo unos angustiosos segundos en darme cuenta de donde me encuentro y de lo que pasa. La alarma marca el comienzo del día en la base de cazadores. Joder, casi me da un ataque al corazón del susto, pienso. Había dormido casi como si estuviese muerta. No recuerdo ni siquiera cuando me había quedado dormida, pero estaba convencida que había sido nada más posar la cabeza sobre la almohada. No creía haber estado tan cansada en mi vida, ni siquiera antes de convertirme en Devoradora de almas, aunque hacía muchos años de eso y los recuerdos de aquella época ya estaban comenzando a desvanecerse de mi memoria.

Me levanto de la cama y poso los pies descalzos sobre el suelo de baldosa helado. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, por lo que me apresuro a ponerme los gruesos calcetines que anoche dejé apartados y las botas. Tras atarme los cordones, me incorporo y me doy cuenta de que la cinturilla de los pantalones me queda algo holgada y que con cada paso éstos se van deslizando hacia abajo por mis caderas. Por suerte tiene cinturón, así que lo ajusto apretadamente alrededor de mi esquelética cintura y suspiro pesadamente. Mi aspecto da pena.

En ese momento, la doctora Garmendia entra en el ala de enfermería y al verme sonríe.

­– Buenos días, Frankie. ¿Cómo te encuentras? ¿Has conseguido dormir algo? – quiere saber con sincera preocupación surcando su expresión –. Ayer fue un día difícil para ti e imagino que debió de costarte conciliar el sueño.

Inevitablemente, mis ojos son atraídos por la fina carpeta que abraza contra su pecho.

– De hecho, he dormido como un tronco. ¿Qué es eso? ¿Son los resultados de mis análisis? – le pregunto directamente.

La doctora parpadea sorprendida.

– Oh... ahmmm, sí – parece dudar antes de confirmarlo.

– ¿Puedo verlos? – le pregunto dando un paso hacia ella con la mano extendida.

La doctora retrocede otro paso.

– ¿No llegarás tarde al entrenamiento? – habla ella nerviosa tratando de cambiar de tema –. No deberías llegar tarde, el instructor es algo... estricto.

Mis ojos se estrechan en su dirección y vuelvo a acortar el espacio que nos separa, solo que esta vez me detengo tan cerca de ella que la doctora contiene la respiración.

– Creo que tengo el derecho de ver los resultados de mis propios análisis, ¿no cree, doctora? – hablo lentamente sin dejar de mirarla a los ojos mientras agarro la carpeta y la deslizo fuera de sus abrazos sin que ella pueda hacer nada al respecto.

Después doy un paso atrás, saliendo de su espacio personal y ella parece poder volver a respirar.

– Ah, sí. Claro... – balbucea ella.

Abro la carpeta y ojeo el informe de forma rápida. Anemia, deficiencia en hierro.... Blah, blah, blah... Leo la siguiente hoja donde se encuentran los resultados del análisis de orina con rostro serio y al acabar le devuelvo la carpeta a la doctora poniendo una falsa sonrisa en mi cara.

– Gracias, doctora – murmuro y salgo de la enfermería dejándola allí plantada con cara de sorpresa y de no saber qué hacer exactamente.

Nada más poner un pie en el pasillo mi sonrisa se borra de un plumazo. Han encontrado rastros de propofol en mi cuerpo. Sabía lo que era, un fármaco anestésico que se utilizaba para inducir la sedación. Michael Jackson había muerto precisamente por sobredosis con esta sustancia.

Sentía en el fondo de mi ser que esto iba a darme más problemas de los que me gustaría.

Sentía en el fondo de mi ser que esto iba a darme más problemas de los que me gustaría

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Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora