CAPÍTULO 7

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Los dedos de Silver se aprietan alrededor del cuello del coleccionista que abre la boca de forma desesperada tratando de respirar.

­– ¡Silver! – grito en advertencia y ella parece despertar.

Su agarre se afloja completamente y Dupont cae golpeando el suelo con su trasero. El hombre tose repetidamente hasta que consigue articular las palabras.

– Te equivocas. Creo que hay un malentendido – se apresura él hablar con la voz rasposa. Tose un par de veces más y se aclara la garganta. Con sus manos masajea las zonas en su cuello donde los dedos de la Devoradora han dejado su huella. Unas marcas rojizas que pronto se convertirán en oscuros moratones –. Esos hombres de los que hablas, los que irrumpieron en tu almacén, no trabajaban para mí.

Silver y yo lo escuchamos con desconfianza pues ambos habíamos oído a Aurelio Moncada decir lo contrario.

<<Averigüé para quién trabajaban. Un coleccionista de antigüedades los había contratado>>.

¿Moncada mintió? Es una posibilidad, ya que en ese momento estaba desesperado. Habría dicho cualquier cosa para apaciguar a Silver y salvar su cuello. O quizás simplemente estaba equivocado.

– ¿Si no seguían tus ordenes como llegaste a hacerte con el cuadro? – pregunta Silver.

La situación no hacía más que complicarse por momentos.

Dupont se levanta con dificultad del suelo. El golpe ha sido lo suficientemente fuerte como para hacerle cojear.

– Un remitente anónimo me lo envió en forma de paquete. Una mañana abrí la puerta y ahí estaba. No iba acompañado de una nota ni de una carta. Nada.

– Y te lo quedaste – afirmo incrédulo –. ¿Alguien deja un cuadro de más de trescientos años en tu puerta y no te pareció extraño?

El coleccionista comienza murmurar escusas sin sentido, pero ni Silver ni yo le prestamos verdadera atención. La Devoradora parece haberse congelado. Su cuerpo está rígido y su rostro vacío.

– No eres más que un señuelo – habla ella tras unos segundos de absoluto silencio –. Usaron el cuadro como distracción.

Silver parece enfrentar la realidad de haber sido engañada. El rastro, como las migajas de pan en el cuento de Hansel y Gretel, la habían conducido a Dupont, un coleccionista de antigüedades que ni siquiera sabía de dónde había salido el cuadro ni quien se lo había enviado.

El shock la inunda dejándola perpleja y es entonces cuando el caos se desata. Cooper aprovecha que Dupont está fuera del camino y la confusión momentánea de la Devoradora para atacar.

El sonido del primer disparo rompe el silencio.

Silver sale de su estupor y esquiva la bala con facilidad moviéndose a la velocidad del rayo. No necesita alejarse mucho, solo un paso a su izquierda y el proyectil impacta contra el cuadro de Diego Velázquez. Un agujero más se añade al desastre quemado que es ahora y el coleccionista lloriquea.

Oubliez la peinture. Il n'a pas de salut. Soyez heureux d'être encore en vie et remerciez le chasseur car sans lui, vous seriez mort maintenant.

Escucho a Silver hablar en francés mientras retrocedo buscando una posición más segura. Su acento es perfecto y sus labios se mueven con seguridad emitiendo las palabras de forma rápida como si ni siquiera tuviese que pensar antes de decirlas. No sé lo que habrá dicho, pero no debe haber sido nada bueno porque Dupont cierra la boca de golpe y se apresura a salir de la sala de exposiciones.

Cooper vuelve a disparar fallando de nuevo. Entonces, la Devoradora centra toda su atención en él y sus ojos se iluminan con furia.

– ¡Cooper, cuidado! – grito, pero es demasiado tarde.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora