CAPÍTULO 35

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Ha pasado una semana desde que llegué al centro de mando de los cazadores y conseguí entrar en el programa de entrenamiento para convertirme en una de ellos. Si pienso en lo que había sido en mi otra vida, una Devoradora de almas, me entra la risa floja. Por desgracia, en estos momentos no tengo ganas de reírme sino más bien de todo lo contrario.

Todas las mañanas a primera hora, cuando el sol apenas se asoma entre los edificios lejanos y el frío de la noche se resiste a marchar, salimos al exterior a correr. Diez kilómetros a base de dar vueltas una y otra vez al enorme edificio con forma de nave industrial propiedad de los cazadores. Me queman los muslos y la garganta con cada respiración debido a las bajas temperaturas y al sobrehumano esfuerzo. Mi aliento crea densas nubes cada vez que abandona mi boca y el sonido de nuestras zapatillas de deporte al golpear el asfalto es lo único que nos acompaña mientras corremos en silencio. Derek dirige la marcha en el frente. No se queda parado a un lado viendo como nosotros sufrimos como lo haría el típico profesor de educación física, no. Él corre junto a nosotros, pero más rápido y sin parecer apenas cansado.

Maldito.

Lo envidio. Envidio su resistencia y evidente superioridad. Echo de menos los viejos tiempos, aquellos en los que mi fuerza y velocidad eran mayores a las de cualquier humano. Ahora me siento débil, torpe y patética. Aunque confieso que ver su espalda, varios metros por delante, es una motivación no solo para mí sino también para el resto. A Brett le va a estallar el entrecejo de tanto que frunce el ceño. Parece que quiere fulminar a Derek con la mirada, pues a pesar de su buena forma no consigue alcanzarlo. Detrás de mí escucho los jadeos ahogados y toses secas de Bianca que, en cualquier momento, va a echar los pulmones por la boca. No es que yo esté mucho mejor, pero no pienso detenerme, ya que eso significaría darle más motivos a Derek para alimentar su convicción de que no pertenezco a este lugar.

De repente, escucho el fuerte ruido de un motor de cuatro tiempos que se aproxima y poco después una moto de color gris oscuro se coloca a mi altura. Es más, incluso ralentiza la velocidad para seguir mi marcha hasta que me detengo extrañada. Mis compañeros continúan corriendo mientras yo me quedo atrás.

– Ey, yo te conozco – escucho la voz masculina del piloto a través del casco. Entonces, él eleva sus manos enguantadas y se quita el casco revelando un rostro sonriente y de ojos rasgados –. ¿No eres la chica que salvamos del mecánico asesino?

Lo recuerdo. Él es el primer cazador que me encontró agazapada en la garita del taller, me liberó de mis ataduras e intentó revelarme la existencia de unas criaturas sobrenaturales llamadas Devoradores de almas, sin saber que yo ya las conocía muy bien.

– Key, ¿cierto? – recuerdo su nombre tras dar un asentimiento como respuesta a su pregunta y su sonrisa se hace aún más grande destapando unos bonitos hoyuelos en ambas mejillas –. Gracias por, ya sabes, salvarme la vida.

Si Maxime y su equipo no hubiesen llegado ese día, con este cuerpo débil, habría muerto.

– No tienes que agradecerme nada. Cumplimos con nuestro deber – responde él solemnemente –. Y veo que te estás recuperando muy bien. Tu aspecto ha mejorado mucho.

Sus ojos oscuros me recorren de arriba a abajo y no sé muy bien cómo tomarme esa mirada, pero no tengo tiempo de aclararlo pues un escalofrío recorre mi columna vertebral al sentir el peso de una penetrante mirada sobre mí.

– Frankie – me giro en redondo al escuchar la voz de Derek a mi espalda. La seriedad inunda su expresión mientras adquiere una posición firme y con los brazos cruzados frente a su pecho –. ¿He dicho que podías parar?

Mis labios se separan y, sin embargo, soy incapaz de decir una sola palabra. Maldita sea.

– Vamos, Derek. Relájate, hombre – interviene entonces Key con gesto apaciguador –. No ha sido su culpa. He sido yo quien la ha retenido, lo siento.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora