CAPÍTULO 22

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La música de fondo que ambienta la velada se silencia en mi mente, así como las conversaciones tranquilas de los demás comensales mientras sigo al metre a través del restaurante. Tan solo el golpeteo de mis tacones contra el suelo y los inquietos latidos de mi corazón resuenan en mis tímpanos. Entonces, la veo. Mi hermana está sentada junto una mesa en la esquina más apartada e íntima del local. Lleva el cabello suelto y algunos de sus mechones de color castaño claro caen por delante de sus hombros. Ha elegido un vestido largo y con mangas, de color azul marino y estampado floral. Su aspecto parece el de una adorable e inocente muchacha sacada de La Casa de la Pradera. En cambio, yo con mis pantalones negros y ajustados de látex, mis zapatos de tacón, mi jersey fino de cuello alto y a juego con estos dos últimos el carmín carmesí de mis labios, parezco una <<femme fatale>> sacada de los años setenta. Solo me falta el cigarrillo y la "chupa" de cuero.

Nada más verme, una enorme sonrisa de júbilo se dibuja en su rostro y de un salto abandona su asiento para envolverme con sus brazos. Mi cuerpo permanece congelado en el sitio y la tensión me inunda mientras me abraza con fuerza.

– Francesca – suspira mi nombre, aquel que me fue asignado el día de mi nacimiento, y se aleja para poder observar mi rostro. Su cara era una copia exacta de la mía, pero había pequeños detalles que nos diferenciaban. Algún diente torcido, las cejas más pobladas, el cabello notablemente más largo y algo encrespado. Durante estos años yo me había beneficiado, encantada, de los avances estéticos que iban surgiendo como la ortodoncia, la depilación o los innumerables productos para el cuidado capilar que había en el mercado. Aun así, seguíamos siendo casi iguales. Quizás le hubiese sacado más partido a mi aspecto retocando ciertos detalles, pero su belleza natural desprendía un aire desenfadado por el que muchas mujeres matarían. –. Estaba segura de que aceptarías mi invitación. Ha pasado tanto tiempo, pero ¡mírate! estás preciosa. Ven, siéntate – ignorante de la verdadera naturaleza de nuestro encuentro, el metre sonríe emocionado antes de marcharse. Mi hermana me conduce hasta mi asiento y ella ocupa una silla junto a la mía en lugar de colocarse en frente, al otro lado de la mesa. Sobre el mantel, la comida ya está servida –. Espero que no te moleste, pero me he tomado la libertad de ordenar por ti. He pedido todo lo que te gusta.

Pasta, arroces, caldos y todo tipo de tentempiés. Apenas quedaba espacio para el par de copas de vino blanco encajadas peligrosamente entre la vajilla de porcelana. La comida solía ser motivo de alegría, pero en este caso era una muestra más de su control al haberme quitado la opción de poder elegir mis propios platos.

– Te has molestado en vano. No tengo apetito esta noche – miento apartando la mirada de la suculenta comida para centrarme solamente en mi hermana. Un destello de decepción cruza su rostro ante mi negativa de probar bocado, pero rápidamente desaparece para volver a mostrar esa brillante sonrisa de felicidad con la que me ha recibido –. Y, por favor, llámame Silver. Hace tiempo que dejé de ser Francesca.

Su rostro, de repente, parece iluminarse de forma sincera.

– ¡Sí! Lo he escuchado todo. Te has convertido en una Devoradora poderosa entre los de nuestra clase. Todos te temen – comenta con orgullo.

– No me temen – la corrijo –. Me respetan. Son dos cosas completamente diferentes, pero supongo que debe de ser difícil de distinguir para alguien que durante toda su vida se ha valido del miedo para hacer su voluntad.

Era consciente de lo difícil que se lo estaba poniendo, pero no me importaba. No después de todo lo que habíamos vivido. Se estaba comportando como solía hacerlo. Fingiendo que no pasaba nada.

– Al menos, prueba el vino – insiste, tras una prolongada inspiración, ignorando las afiladas palabras que acabo de lanzarle–. Su sabor es dulce. Te gustará.

Devoradora de almas | EN PAUSA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora